domingo, 25 de abril de 2010

Los Soprano, tercera temporada


Lo peor y lo mejor de esta temporada.
Los dos o tres detalles que parecían fallos, no lo han sido al final (o han esperado hasta entonces para ponerles remedio).
-En el último episodio, los guionistas han recogido los pocos hilos que parecían quedar sueltos (por ejemplo, el desmayo de A. J. o los micrófonos ocultos) y le han dado a la serie un final redondo.
-También resultó un poco confuso el episodio en el que, por un malentendido, matan a alguien que no conocemos, y que resulta ser alguien que trabaja para Tony, o el hijo de un amigo, o algo así. Aparece entonces un antiguo colega de Tony, moribundo, que se carga al asesino (su ahijado) y se muere acto seguido. Todo esto no parece ser más que una excusa para introducir el cáncer que afecta a Uncle Junior.
-La psicóloga no parece tener demasiadas secuelas psicológicas de su violación.

Y lo mejor, todo lo demás.
-El personaje de Ralph, repulsivo pero perfectamente creíble, y hasta con cierto magnetismo.
-El romance de Meadow y el hijastro de Ralph, Jackie.
-El de Tony con Gloria, fugaz, violento y edípico.
-La amenaza a esta por parte del colega de Tony: "la última cara que verás no será la de Tony, sino la mía."
-La conversación de Carmela con el psicoanalista. Éste le dice que su marido es un asesino y le insta a divorciarse.
-El personaje de A.J., que ha sido de lo más conseguido a lo largo de las tres temporadas. Un adolescente ni demasiado sensible, ni demasiado insensato, ni demasiado seguro ni inseguro de sí mismo. Espero que en las próximas temporadas tenga más relevancia.
-El episodio en el que Chris y Paulie van a cargarse al ruso. Paulie empieza a ver cómo Tony pierde su confianza en él.
-El final de Jackie Junior.
-La última escena, antológica. Consiguen darle a la serie el final de rigor, con toda la familia reunida alrededor de la mesa, con Uncle Junior cantando una preciosa cancion en italiano, y al mismo tiempo huyen de todos los clichés de este tipo de escena, cuando Meadow empieza a tirarle a Uncle Junior trocitos de pan. Estremecedor, Genial.

sábado, 17 de abril de 2010

Otras lecturas




Cualquiera que haya leído los cuentos de Quim Monzó, reconocerá en Papini a una de sus grandes influencias. En Las almas cambiadas, como en El piloto ciego, Papini hace gala de su muy sutil sentido del humor, así como de una rara habilidad de introducir lo fantástico en lo cotidiano de la manera más prosaica, directa y natural. 
En este libro, una selección de su libro de relatos Palabras y sangre (1912), casi todos los cuentos, desde el relato que da título al libro hasta el último, "Esperanza" pasando por "La primera y la segunda" o "El hombre que se ha perdido a sí mismo", giran alrededor de lo que constituye nuestra identidad. Y son todos pequeñas joyas.

Estos seis paseos son otras tantas conferencias que pronunció Umberto Eco en 1992-93 en Harvard. En ellas el autor explora diversos aspectos de la creación literaria y del acto de comunicación que supone el proceso de creación-escritura-lectura (recordemos que Eco es ante todo un experto en semiótica), de la relación (él habla de "pactos") que se establecen entre los diversos actores que intervienen en el "acto literario", desde el, según sus palabras, lector empírico, lector modelo, tiempo real, tiempo narrativo, narrativa natural, narrativa artificial, y unos cuantos conceptos más. 
Eco se sirve de clásicos de la literatura, novelas baratas, cuentos tradicionales, noticias, cine e incluso pornografía para recorrer estos bosques literarios. Libros recurrentes son Sylvie, de Nerval y Los novios, de Alessandro Manzoni. En el caso del primero, el autor siente auténtica devoción, y el lector acaba por contagiarse. 
Aparte de un par de ocasiones en que, en su afán por ilustrar un ejemplo se prodiga excesivamente en detalles, el libro es francamente interesante. Se trata de unas conferencias presumiblemente dirigidas a un público especializado en el estudio de la literatura, pero el estilo ameno y desenfadado de Eco, su capacidad de recurrir a todo tipo de textos, así como su erudición sin caer en la pomposidad, las hacen, a mi juicio, aptas para cualquier lector que quiera ir un poquito más allá en su disfrute de la lectura.

jueves, 15 de abril de 2010

Los mejores cuentos, de Sergio Pitol

La escritura de Sergio Pitol es densa, espesa y oscura. Requiere una atención constante y nos fuerza a volver sobre nuestros pasos una y otra vez. El autor coloca pequeñas trampas aquí y allá, y juega con el modo en que las claves de la historia se nos acercan, se alejan de nosotros y nos rodean. Nunca podemos estar seguros del terreno que pisamos con Pitol, pero desde luego no es un terreno apropiado para dar un paseíto.
En los cuentos de esta selección, Pitol escribe sobre personajes demoniacos, sobre personas a quienes se les revela la realidad del mundo por un instante y ven cómo se les escapa , o sobre la verdad y lo inefable ("La Pantera").
La selección se resiente, a mi juicio, de dos cuentos demasiado largos, confusos y débilmente resueltos, como son "Del encuentro nupcial" y "Cementerio de tordos". Estos dos cuentos demuestran que lo que hace de sus relatos pequeñas joyas es que Pitol sabe perfectamente cuánto ha de revelarnos y dónde debe detenerse, y que un descuido en ese sentido no sólo estropea el relato, sino que lo convierte en francamente tedioso.
En los relatos posteriores, Pitol adopta con frecuencia la génesis del relato mismo como idea central de sus historias. Así, sus personajes pueden ser escritores en pleno proceso creativo, y asistimos a un magistral desarrollo de historias en boca de personajes imaginados en recuerdos del narrador... de una manera que recuerda al Manuscrito hallado en Zaragoza de Potocki. El autor juega con la realidad, su reverso, y el no-espacio que queda en medio de ellos. Geniales, en este sentido, los relatos, "Hacia Varsovia", "Hacia occidente", "El regreso", o "Vals de Mefisto".
Me ha acercado a Sergio Pitol el libro de Bolaño, y si no me ha entusiasmado tanto como a él o a Vila-Matas (extraordinaria introducción, a la altura de los mejores relatos del libro), creo que ha sido, insisto, por  una marrada selección que ha incluido los dos relatos mencionados anteriormente, poco conseguidos y tan largos y tediosos que estropean el conjunto.

martes, 13 de abril de 2010

Entre paréntesis, de Roberto Bolaño


Roberto Bolaño es curioso, en todos los sentidos de la palabra. Poderoso e impotente a la vez ante su casi enfermiza pasión por la literatura, Bolaño se desnuda en sus artículos, o mejor habría que decir se arranca la piel a tiras para entregársenos por completo. Bolaño nos entrega su alma, que está hecha de amor, pasión por la vida y literatura. Poco más llegamos a saber de él, y al mismo tiempo sabemos tanto. En primer lugar, Bolaño es buena persona (y digo "es" porque después de leer este libro es inconcebible que su autor pueda haber muerto). Es buena persona, y eso despierta sospechas, o por decirlo más claramente, te granjea odios. A Bolaño lo odiaron los engreídos, los falsos, y la gentuza que no es capaz de entender que alguien entienda la libertad como la entendía, la entiende, Bolaño.
En segundo lugar, Bolaño ama la vida, y es incapaz de elegir entre el amor por la vida y la pasión por la literatura , pero sabe que una relación sana con ambas es imposible. Y en tercer lugar, Bolaño nunca ha dejado de ser un adolescente, en el buen sentido del término. Existen otros escritores que no tienen pelos en la lengua, pero cuyo sarcasmo está siempre movido por la mala leche. En Bolaño el sarcasmo está movido por la incapacidad de mentir. Otros escritores dirían que no conocen o no les atrae la obra de aquellos autores que consideran mediocres. Bolaño no puede por menos de decir que Allende, Mastretta o Coelho son lo que son, cualquier cosa menos literatura. Su vehemencia en aquello que defiende o que ataca los demás la dejamos atrás al salir de la adolescencia. Bolaño es vehemente porque es apasionado, sincero, culto (qué poco le gustaría a él esta palabra, sospecho), y como dice él de tantas personas "lo ha leído todo".
Bolaño habla como un torrente sobre poetas de los que servidor jamás había oído hablar, y he devorado hasta la última de sus líneas. Sus artículos, sus pregones, sus conferencias se leen con adicción, como quien come cacahuetes, y nos deja con sed de más.
Confieso que lo primero que intenté leer de Bolaño, Los detectives salvajes, me decepcionó y no lo pude acabar. ¡Qué ganas tengo de volver a echarle el guante!

jueves, 8 de abril de 2010

Crónicas berlinesas, de Joseph Roth

Michael Bienert nos informa en el fascinante posfacio de que la obra periodística de Joseph Roth fue rescatada hace unos 25 años de unos archivos en proceso de desintegración. De un total de 1300 artículos, este libro recoge una breve selección que le deja a uno con ganas de mucho más.
Joseph Roth tenía una relación de interés-odio con Berlín. Nunca dejó de sentirse fascinado y amenazado en la ciudad que, precisamente en los años 20, iniciaba su proceso de transformación en una gran metrópoli. Vemos ese proceso reflejado en los fascinantes y apasionados artículos que Roth dedica al tráfico, a la arquitectura, a algunas de las calles y avenidas más significativas, a los rascacielos, a la subasta de las figuras del museo de cera... Los artículos no tienen desperdicio. Desde sus observaciones de las casas que se extienden a los lados de la vía del tren, hasta la reinserción en la sociedad de un hombre tras pasar 50 años en prisión, y que ahora no reconoce su ciudad, pasando por los paseos del periodista por tugurios llenos de borrachos, chulos y putas, las fotos de muertos sin identficar en una comisaría, el cine, los grandes almacenes, una carrera de bicicletas que dura seis días...
Como toda la buena literatura, estos artículos son completamente atemporales. Así, en los "pasajeros con bultos" podríamos estar leyendo un texto sobre los inmigrantes africanos o rumanos cargados de gigantescas bolsas que nos encontramos en el metro, mientras en "Una hora de feria..." o "La industria berlinesa del entretenimiento" vemos a la gente que se aburre, humilla o tortura para cumplir con los preceptos de la diversión obligatoria.
Roth era un hombre que consideraba que la sección cultural de un periódico era la parte más importante, la que más hacía disfrutar a la gente, la que más prestigio le daba. Su visión es irónica, unas veces despiadada, otras incrédula, siempre apasionado y entregado por completo a su trabajo. Pero, por encima de todo, Roth es compasivo con los desfavorecidos, sin caer jamás en el sentimentalismo. Es indudable que estaba comprometido con la causa de los perseguidos, los marginados y de aquellos a los que se les ha negado todo, pero él siempre se define como "apolítico", lo cual es muy de agradecer. Cuando haya digerido bien este libro, sacaré el que escribió sobre su viaje a la Unión Soviética. Promete promete.
Podría seguir hasta haber hablado de todos y cada uno de los artículos, dado que son todos de una altísima calidad. El último de ellos, "El auto de fe del espíritu", es una joya escrita tras la noche de los cristales rotos, y es un perfecto colofón a esta extraordinaria muestra de verdadero periodismo. Genial como siempre Joseph Roth.

miércoles, 7 de abril de 2010

An education

La mejor película británica del año, dice la carátula. Puesdebe de haber sido un año bastante penoso para el cine británico. An education es, digámoslo claramente, un bonito, a ratos entretenido y agradable bodrio. Cuesta creer las celestiales críticas que ha recibido. Esta película consiste en una serie de clichés manidos, en unos personajes planos, cuando no ridículos, y en historia superficial que no cuenta nada interesante, y que al final mete con calzador un final feliz que invalida por completo el simplísimo mensajillo que uno, con buena voluntad, creía entrever.
Jenny, una chica de 16 años, con gran talento artístico y excepcional ingenio verbal, se prepara para los exámenes que han de permitirle entrar en la universidad de Oxford. Se cruza en su vida David (un débil Peter Sarsgaard clavadito a Ewan McGregor), guapo, seductor, sensible, inteligente y rico, y Jenny cae rendida ante los atractivos de la buena vida. Abandona los estudios y el sueño de Oxford para casarse con él, y luego descubre que su príncipe azul no es sólo un chorizo de guante blanco, como ya sabía cuando acepta su proposición de matrimonio, sino que además ya está casado. ¿Todo perdido? No, porque la profe buena la ayuda a recuperar el tiempo perdido y al final consigue ingresar en Oxford. Así de trivial, de estereotípico, de tonto.
Tenemos escenas que ofenden a nuestra inteligencia. Cuando Jenny descubre que los negocios a los que se dedica David y su colega no son más que robos, estafas y trapicheos, se siente tan decepcionada que decide abandonarlo. Bueno, eso creemos, porque un discursillo de un minuto por parte de David, en el que le viene a decir "no hacemos daño a nadie, y si esto no te gusta, vuelve a tu vida anterior de cello, latín y apreturas para llegar a fin de mes", un discurso tan banal la engatusa, o mejor dicho, la convence plenamente.
En otra escena, Jenny habla con la directora, el patético personaje de Emma Thompson, y le dice que el hombre con el que se va a casar es judío, a lo que la directora (¡qué bajo has caído, Emma!), responde: "supongo que sabes que los judíos mataron a nuestro Señor".
El personaje del padre de Jenny, en una interpretación excelente de Alfred Molina, me ha resultado el más interesante, aunque su credulidad pueda parecer exagerada. Creo que él y su mujer, un papel no demasiado exigente aunque bastante creíble, son los únicos que se salvan. La actriz principal, Carey Mulligan, que ha recibido innumerables galardones por su interpretación, sin duda lo hace bien. El problema es que, por lo menos a mí, no me resulta creíble. Quizá, dado que la historia está basada en unas memorias, a la autora se le ha ido la mano con la autoindulgencia.
Pero es el final lo que hace de esta película un absoluto bodrio. Nada. No pasa nada. No cuenta nada. No hay evolución, nadie aprende nada. Tras lo que se supone que ha sido una reflexión de lo que entendemos por "educación" (que no lo ha sido), tras haber contrastado pretendidamente la universidad de oxford con la universidad de la calle (de contraste, na de na), al final resulta que, hagas lo que hagas, no tienes que pagar ningún precio. Para eso están los finales felices.

viernes, 2 de abril de 2010

Six feet under season 5

Hace casi dos semanas que vi el final de la temporada quinta y última, y todavía estoy emocionado, conmocionado y aturdido por el impacto. No sé si tiene mucho sentido hablar de la mejor serie de la historia cuando uno sólo ve un número limitadísimo de series, pero desde luego es una de las mejores que he visto en mi vida.
Esta serie tiene un comienzo muy interesante, en el que se juega con la boda pasada con Lisa y la inminente, con Brenda. Asimismo, en unos breves flashbacks se nos muestra el hundimiento de George en la locura, una historia que en la serie anterior se desarrollaba de una forma un tanto precipitada. Hacia el episodio cuarto o quinto, sin embargo,  sucede algo extraño con el guión. Desconozco si hubo algún problema durante el rodaje, si hubo que hacer algún cambio brusco e inesperado, pero la verdad es que da la impresión de que los guionistas han perdido los papeles. De repente, la historia de la adopción de Durrell y Anthony se descuelga por completo, y parece una historia paralela, desgajada por completo del resto, sin niguna relación con  la familia. Nadie menciona el hecho de que Keith y David han adoptado dos niños, y la adopción en sí se queda en una serie de anécdotas bastante vistas ya sobre la dificultad de adoptar niños ya crecidos y de familias desestructuradas. Podría haberse aprovechado mucho más esta historia, y profundizar en ese tipo de adopción o en la relación de los niños con su madre biológica (a quien jamás llegamos a ver),  o comparar esta paternidad con la relación entre Brenda y Maya. Al final, se consigue enderezar e integrar a los niños adoptados en el conjunto de la familia.
Uno de los aciertos de esta serie ha sido la introducción de nuevos actores secundarios: Maggie, que de hecho ya había aparecido en la anterior, y Ted. Estos dos personajes son tan interesantes, complejos, redondos como todos los demás. De hecho, pienso que lo que hace de esta serie una de las mejores jamás rodadas son los personajes. Son reales, complejos, coherentes sin dejar de ser imprevisibles. Y tan buenos como los personajes son los actores. Todos ellos son absolutamente extraordinarios. Sería incapaz de mencionar uno solo que desentonara.
Y a cuatro episodios del final, sucede lo ¿inesperado? Hombre, uno ya sabía que ésta era la última serie, y había oído que acababa con un ¡bang! O con un ¡bum! O con el ruido que pueda hacer un volcán o una bomba nuclear. La muerte de Nate parece desintegrar la estructura familiar, y la estabilidad mental de todos y cada uno de sus miembros. Desde ese momento, el dramatismo no hace sino aumentar. Tenemos la historia de Claire, hundida en drogas y alcohol, al tiempo que desprecia al único hombre que de verdad se ha ocupado de ella desinteresadamente; tenemos a David, el director de funerario aterrorizado por sus fantasmas y por la muerte; tenemos a Brenda, con su difícil embarazo y con su relación con Maya pendiente de un hilo; y a Ruth, por supuesto, incapaz de sobreponerse a la depresión. 
Así llegamos al último episodio. Y en especial, a los últimos veinte minutos que, aún hoy, a dos semanas de haberlos visto, me siguen afectando. He leído algunos comentarios de otros espectadores, y algunos de ellos hablan de una experiencia que les ha cambiado la vida. No sé si será una exageración, pero en mi caso, desde luego, si no ha cambiado algo, sí lo ha acentuado. Ver esos últimos siete u ocho minutos, con estilo de videoclip, sí, pero originales, preciosos, conmovedores, me ha hecho pensar en mi familia, en mis tres hijos, en los que ellos tendrán, y, claro está, en mi padre, mis abuelos, en sus infancias, en su muerte, en los que tuvieron la suerte de morir rodeados de su familia, en brazos de su mujer, en los que lo hicieron solos en un hospital, lejos de sus hijos, de su tierra, en los que murieron en la carretera, en la muerte que tendremos todos, en quién estará a mi lado cuando yo me vaya.
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