viernes, 19 de marzo de 2010

Aún más lecturas breves



Cualquiera que haya leído las desgraciadamente escasas novelas de Agota Kristof, tendrá interés en leer esta "narración autobiográfica". No le decepcionará. 
En L'analfabeta no sólo tenemos una vez más su inconfundible estilo, lacónico, duro, triste, aunque en este caso salpicado de apreciaciones y opiniones sobre lengua, política, o la condición de exiliado. También nos encontramos con episodios que los lectores de Ayer o Claus y Lucas reconocerán perfectamente, como el trabajo en la fábrica, o la huida a medianoche a través de la frontera.
Una vez más, me maravilla la capacidad de concisión de un autor. En apenas 52 paginitas, en once ligerísimas pinceladas ("Los inicios", "Lengua materna y lenguas enemigas", "La muerte de Stalin" o "¿Cómo se vuelve uno escritor?") Kristof nos ha contado su vida. Otros cuentan menos cosas en 500 páginas.

¿Cómo es posible que no hubiera leído antes esta maravilla? (pregunta retórica: porque nunca me había caído en las manos, y porque el nombre de Nerval no me decía mucho). Aunque, pensándolo mejor, quizá la he leído en el momento adecuado. De hecho, dado el tema que trata, me pregunto cómo puede un adolescente o incluso un veinteañero llegar a entenderla. (¿Entenderla? Creo que aquí es necesario otro "aunque".) No es una novela para entender. Es más, fue un consuelo saber que el mismo Proust asegura que constantemente tenía que volver atrás varias páginas para saber dónde estaba.
Lo que pudo haber sido y no fue. No he leído nada donde se retrate mejor... aunque tampoco es un retrato, no. Lees y recuerdas y sueñas y imaginas y revives y lo quieres cambiar todo, y piensas que, bueno, también están bien las cosas como están. Aunque...

Podría decirse que esta novelita es una apología de la misoginia, pero una vez más, tratándose de Joseph Roth, ¡está tan bien escrita!
Es probable que Roth fuera un misógino, y es un hecho es que su mujer, al igual qu la protagonista de El triunfo... tuvo que ser confinada en varios sanatorios a lo largo de su vida. La señora Roth padecía esquizofrenia, a diferencia de Gwendolin, quien, según da a entender el doctor Skowronnek, sufre de aburrimiento, superficialidad, miedo a envejecer y una incontrolable propensión a la infidelidad.
La novela está construida sobre un recurso estilístico muy habitual: un narrador que nos habla de un amigo que un día le contó una historia, y es la que nosotros escuchamos a continuación. Es una forma de interponer dos barreras entre el autor y el relato propiamente dicho. Quizá en este caso el autor lo utiliza para alejarse un poco de las opiniones que en él se vierten, pero no creo que sea muy aventurado concluir que son las opiniones del propio Roth. Tanto es así que al final parece olvidarse de recoger hilos y volver al narrador principal a la conclusión de la historia. No lo hace, y las últimas líneas son:
"Deformes, resentidas, amargadas, no tardaréis en iros a la tumba. Y más abajo aún, al infierno. Sonreíd. ¡Sonreíd!"
Quizá sea ése el único fallo en esta historia, menor si se quiere, pero absolutamente Rothiana. Una vieja historia que cobra nuevo interés merced a un equilibrio perfecto entre el desarrollo de los personajes, el ritmo, la longitud y el modo en que está estructurado.

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