viernes, 29 de julio de 2011

El síndrome prevacacional


Como buen españolito, de aquí a unos días me iré con mi familia a disfrutar de unas bien merecidas. Saldré el día 1, como es de rigor (nada de aprovechar el viernes 29 a mediodía, ¡quia! hay que conservar nuestras ibéricas tradiciones ), y volveré, eso sí, el 30 (el 31 uno siempre corre el riesgo de que el controlador aéreo de turno decida alargarme las vacaciones, algo poco recomendable cuando al día siguiente tienes que empezar en un nuevo trabajo).
Dícese que el verano es la época del año que la gente aprovecha para leer más. En mi caso, con tres ángeles de 2, 4 y 6 años, agosto está dedicado a ellos en exclusiva. Ello, empero, no es óbice para que me pula algún puñadito de páginas. Pero la pregunta es ¿de qué libro?
Esta es una pregunta más importante de lo que parece. Téngase en cuenta que el pueblecito de la costa andaluza en el que estaremos las primeras dos semanas no destaca precisamente por sus librerías. Tampoco resultará fácil escaparse de casa de los suegros en la campiña inglesa para visitar Waterstones o the Bookbarn. Además, la maleta está tan apretujada que no da para llevarse varias opciones. Por ello, hay que esmerarse y tomar la decisión correcta, porque luego de nada sirve arrepentirse.
El dilema principal está entre llevarme un mamotreto de 800 a 1.000 páginas, o dos mamotretillos de 400 a 500.
Si al final me inclino por la primera opción, mamotreto, la elección está entre:


-Against the day, de Pynchon. Aún no he leído nada de él. El inconveniente es que, según dicen, para disfrutar plenamente de la lectura de esta mole, hay que tener una buena  enciclopedia a mano.


-A suitable boy, de Vikram Seth, que guardaba para el lejano día en que vuelva a la India.


-La novela de Ferrara, de Giorgio Bassani. Una de esas obras maestras del siglo XX que parece que nadie ha leído.


-Las confesiones de un italiano, de Ippolito Nievo. Jamás había oído hablar de este libro o su autor, muerto antes de cumplir los 30, pero sus decimonónicas 1100 páginas tienen bastante buena pinta.


-Daniel Deronda, de George Eliot, o ir a lo seguro. Lo normal es que uno recuerde sus vacaciones por los lugares que ha visitado. En ocasiones, sin embargo, sucede que el libro lo ocupa todo. Uno de mis mejores veranos fue aquél en el que visité Middlemarch.

Si al final me inclino por los dos mamotretillos, el problema es cómo combinarlos. Algunas posibilidades son:


-Biografías a la rusa: la de Tolstoy, de A. N. Wilson, seguida de la del joven Stalin, Young Stalin, de Simon Sebag Montefiore, escrita después de la monumental Stalin. En la corte del zar rojo.


-Hungarismo: A book of memories, (Libro del recuerdo) de Peter Nadas, y Guerra y guerra, de Laszlo Krasznahorkai. Del primero se dice que es una evocación proustiana (¡sigh!) de la Hungría de 1956, y del segundo autor ya he leído la extraordinaria Melancolía de la resistencia.


-Cuentos: aunque los Cuentos esenciales de Maupassant son alrededor de 1.000 páginas, son una lectura ligera que podría combinar con los Cuentos completos de Eudora Welty.


-Miscelánea: un par de títulos sin ninguna relación entre ellos. Una con acción, historia y degollamientos, como Alamut, de Vladimir Bartol, y una lectura densa, una fiesta de la lengua como es siempre Alejo Carpentier en El siglo de las luces.

En fin, sea cual sea la decisión, en septiembre escribiré cuatro líneas al respecto. Hasta entonces, buen verano a todos (o buen invierno, a los del hemisferio sur).

miércoles, 27 de julio de 2011

La carroza carmesí, de Gyula Krúdy


Publicado en 1913. Vaya esto por delante porque se nos dice que este libro retrata la caída del viejo imperio, señala un cambio de época y todas esas cosas. Y es así.
Gyula Krúdy, que es una especie de institución de la literatura húngara, publicó a lo largo de su carrera más de 60 novelas y 3.000 relatos. Una especie de Pérez Galdós, vamos, aunque, como no podía ser de otra manera, se le ha comparado con Joyce y Proust.
A mí el nombre de Krúdy me sonaba quizá de haberlo leído en las memorias de Sándor Marai, quien lo admiraba con devoción. "Pocos escritores de la literatura mundial han alcanzado su grandeza -decía-. Con pocas pinceladas dibuja escenas apocalípticas de sexo, entrañas, crueldad humana y desesperación". Estuvo muy acertado Marai al elegir sus palabras, como veremos más adelante. Y añadiré aquí que La carroza carmesí es, pese a su brevedad, todo un novelón que se lee de una sentada.
Budapest a principios de siglo (XX, claro está), y dos actrices de provincia de tres al cuarto llegan a la gran ciudad con ganas de comerse el mundo o, si no se lo comen, por lo menos encontrar trabajo. Y en la ciudad conocerán gente, se enamorarán, les irá bien o mal, y vivirán de primera mano la decadencia cultural y moral del país. Así de sencilla es la historia, pero Krúdy nos la cuenta con gran originalidad, innegable talento y un tono irónico que nos atrapa desde las primeras líneas.
Para empezar, los personajes son interesantes y creíbles, y es difícil no rendirse, por ejemplo, ante los dudosos encantos de la tía rica de Szilvia, una dama del antiguo imperio, que se jacta de sus posesiones y defiende así sus valores:
"Una mujer sólo posee dos armas: la virginidad y la fidelidad. Todo lo demás viene después".
Esta buena señora es consciente desde el primer momento de que su mundo se está desmoronando. Como ella, toda la novela está impregnada de la certeza de lo que se va, y de la incertidumbre ante lo que viene. El resto de personajes, por el contrario, parecen querer aferrarse a los placeres y el frenesí de la vida social, con la ópera, el teatro y las carreras de caballos como centro de la vida social, sin olvidar, por supuesto, los prostíbulos, por donde pasa todo (y toda) quisqui. El mundo as we know it se va a pique, y nadie se quiere enterar.

Budapest en 1913

Sin embargo, hay que decir que no estamos ante una novela sobre un imperio en decadencia, o no primordialmente. La carroza carmesí es una excelente novela psicológica, y el viejo imperio, que se revela ahora como un lodazal de provincianismo y que está descrito de forma magistral, es, ante todo, el escenario que revela a nuestros personajes, que van desde escritores hasta prostitutas, pasando por diplomáticos, nobles damas y revolucionarios nihilistas, la vanidad de sus sueños.
Y si excelente es el retrato de los personajes, no menos buena es la estructura de la novela, que aún hoy parece moderna. Krúdy estaba muy lejos ya de la novela decimonónica -aunque los nombres de Dickens o Turguéniev, entre otros, son recurrentes en la historia-, y se encuentra de hecho muy cerca de la vanguardia literaria de su momento. Al autor no le da miedo mezclar estilos, cortar el hilo de la historia para centrar todo un episodio en un personaje que apenas ha aparecido hasta ahora, o hacer que en el capítulo clave en el desenlace de la novela se narren los cruciales acontecimientos en estilo indirecto y con un narrador no muy fiable.
Buena historia, apasionante recreación de una época, personajes complejos, originalidad, atrevimiento y soberbia técnica. En resumen, otra joyita de la literatura húngara que se impone a los ocasionales problemas con la traducción.


Y para terminar, no he podido resistirme a este maravilloso párrafo, muy representativo del estilo de Krúdy, y más que probable fuente de inspiración de algún clásico de nuestro pop patrio:

"Debajo de las tumbas de los cementerios, deben de existir túneles subterráneos y secretos, por donde desaparecen ojos de princesas, pechos de rameras, sesos de científicos y corazones de poetas para llegar a campos lejanos, jardines y huertas, transformados en savia de los árboles, en rosas y girasoles. Hoy todavía puedes besar a tu amada, acariciar sus muslos con manos temblorosas y excitadas, pero mañana todo eso puede convertirse en unas escarolas de las famosas huertas de Rákospalota, que el sofisticado cocinero Frigyes Glück preparará en ensalada à la Brillant-Savarin, como guarnición de un filete suculento que tú saborearás, mientras te fijas en otras mujeres, besas otros labios y acaricias otros muslos. Sólo el sabor amargo del aguardiente te hará recordar a tu amada devorada  por la muerte."

domingo, 24 de julio de 2011

Ronda nocturna, de Mijaíl Kuráyev

Este libro es una de esas joyas que Acantilado recupera para el mercado español. Y la historia de su gestación es de ésas que a mí me gustan. A Kuráyev, que antes de escritor fue guionista, le tocó, una noche de 1962, víspera del 1º de mayo, hacer en los estudios cinematográficos donde trabajaba una de esas guardias obligatorias que todo buen ciudadano soviético tenía que hacer. En esa guardia conoció a un miembro de la policía política que se pasó la noche contándole historias sobre su trabajo. Y en esas historias está el origen de esta nouvelle de apenas 100 páginas.
Kuráyev recogió esas historias en un borrador de un puñado de páginas, y no hizo nada más con ellas porque, según él, no escribe más que para sí mismo. Un cuarto de siglo más tarde, sin embargo, la revista "Novyi Mir" le propuso publicar el texto, momento en el que Kurayev lo amplió y pulió hasta conseguir esta pequeña maravilla.


Ronda nocturna, que tiene el subtítulo de Nocturno para dos voces con la participación del camarada Polubolótov, sereno a cargo de la seguridad del perímetro exterior, es efectivamente una novela a dos voces con forma de monólogo. Por una parte tenemos la voz poética que canta a la belleza de las noches blancas peterburguesas, voz que de la manera más inopinada se transforma en la voz de la policía política:

"...uno está dispuesto a creer que desde allá vendrá el nuevo día, y que éste será más puro y más claro que todos los días que ya han pisado la tierra. Es una certeza que serena el alma. Una certeza que pide dejar correr el tiempo en paz",

para, en el párrafo siguiente:

"...Lo pensaba y me decía: ¡sí que estaría bien salir en una noche así a hacer un registro o a detener a alguien!"

Kuráyev no deja claro de quién es la otra voz, la que de hecho calla; no aclara quién es ese interlocutor al que apela el rapsoda del NKVD. Desde luego podría ser el autor mismo aquella víspera del primero de mayo. Por el contrario, hay quien sugiere que se trata de la ciudad de San Petersburgo, y, ciertamente, el libro es un apasionado canto a la ciudad, con líricas descripciones de sus noches, pero también con detalladas direcciones de algunos de los arrestos mencionados, así como incursiones en la terrible crueldad de que fueron testigo sus calles y plazas en tiempos de los zares, o jugosísimas anécdotas de algunos de sus habitantes más insignes. Por otra parte, podría uno pensar que esa segunda persona que utiliza el narrador es bastante revelador, siendo como es  Ronda nocturna una novela sobre la culpa y, más concretamente, sobre el modo en que ciudadanos que además de ejemplares eran bellísimas personas ejercían su ejemplaridad denunciando y colaborando en la represión.

Los "cuervos", las siniestras furgonetas utilizadas para los arrestos

En la gran tradición rusa, la novela tiene mucho de sátira y de grotesco, y en ocasiones recuerda a Dovlátov, que tan bien supo recrear lo ridículo y surrealista de una Unión Soviética en pleno proceso de desmoronamiento. Una de las escenas más memorables es aquélla en que el narrador y sus ayudantes reciben una orden de arresto, y se encuentran con que, al haberla recibido de palabra y no por escrito, nadie quiere hacerse cargo del detenido. Menos graciosa es la escena del primer arresto que realiza el narrador, de la que no voy a revelar más, pero sí diré que es hermosa y terrible. Difícil de olvidar es, sobre todo, la finalidad para la que el narrador empleaba los interrogatorios, tanto más cuanto que es, no nos cabe duda, una historia absolutamente real.
Niega Kuráyev que escribiera una crítica contra el estalinismo o contra el poder, y que tan sólo buscaba agradarse a sí mismo. Que es el mejor modo de gustar a muchos. 

jueves, 21 de julio de 2011

Desesperación, de Nabokov


Recuerdo que cuando leí Lolita, allá en mi lejana juventud, tuve de principio a fin la impresión de que la historia del señor madurito que corrompe a la jovencita y fácilmente corrompible pelandusca era lo de menos, y que lo que de verdad nos contaba don Vladimir era otra cosa. No sé si hoy lo vería igual. Desde luego, seguiría viendo ahí una segunda y quizá una tercera lectura, pero no estoy seguro de que descartaría totalmente la primera, aquella que escandalizó a la biempensante sociedad occidental.
Sin embargo, aquella lejana impresión se ha visto confirmada con la lectura de Desesperación. Sobre el papel, tenemos la historia de un señor bastante culto, de clase relativamente acomadada, pero cuya empresa está pasando por serias dificultades. Un buen día, paseando por las afueras de la ciudad, se encuentra con un vagabundo absolutamente idéntico a él, y a nuestro protagonista no se le ocurre otra cosa que planear el crimen perfecto: simular su propia muerte en las carnes del vagabundo, para que así su mujer cobre el seguro, y posteriormente reunirse con ella en el extranjero. Hasta aquí, la trama.
En esta novela, sin embargo, el autor nos pone las cosas más fáciles que en Lolita y es difícil no darse cuenta de que el libro trata de otra cosa. Nabokov es en esta novela mucho más explícito en ese sentido.
De entrada, tenemos un narrador que empieza la novela de esta guisa:

"Si no estuviese absolutamente convencido de poseer un gran talento literario y una maravillosa capacidad para expresar ideas de manera insuperablemente viva y encantadora... Así más o menos, había pensado comenzar mi relato."


Si es cierto eso que dicen de las grandes novelas, a saber, que su esencia con frecuencia se encuentra en los primeros párrafos, aquí tenemos un ejemplo perfecto. Porque la esencia de esta novela está en los delirios de grandeza del narrador y en su constante comentario sobre la obra en proceso. Aunque no sólo sobre la obra en proceso, sino sobre la literatura, sobre todos los aspectos, teorías, juicios, profesionales, estilos, personajes y lugares comunes del mundo de la literatura. Un ejemplo del capítulo tres:

"¿Cómo podría empezar este capítulo? Les brindo unas cuantas variaciones, para que puedan ustedes elegir. La primera (que suele ser adoptada en las novelas donde la narración va siendo conducida por el autor real o ficticio):
Hoy hace buen día..."

A lo largo de la novela, Hermann, que así se llama el narrador, intenta demostrarnos su dominio de diversos géneros y estilos, desde la novela epistolar a la de detectives, al tiempo que nos expone sus fobias y filias literarias (más de aquéllas que de éstas), así como sus teorías al respecto. En el constante juego que nos plantea Nabokov, que parece estar retándonos a identificarlo con su personaje, muchas de esas fobias y teorías de Hermann coinciden con las del autor. Así, sobre Dostoyevski:

"No, no es poesía, sino una frase del libro de nuestro amigo Dusty, Crimen y hastío..."


Este reto ("¿osas identificarme con mi personaje? ¿¿Acaso no sabes quién soy yo??") se extiende más allá de la novela, y ya desde el prólogo (que, significativamente, fue escrito casi treinta años más tarde de la primera publicación, en ruso, de la novela, y, más importante, fue escrito después de la publicación de Lolita) nos parece que narrador y autor se empeñan en confundirse:

"... los lectores corrientes, por otro lado, agradecerán su estructura corriente y su agradable trama, que, sin embargo, no son tan trilladas como da por supuesto el autor de la carta que aparece en el capítulo 11.
A todo lo largo del libro aparecen numerosas y entretenidas conversaciones, y esa escena final en la que Felix aparece en los bosques invernales me parece, desde luego, divertidísima".

El vínculo con Lolita también está presente en ese prólogo, pero una vez más Nabokov nos reta a que vayamos más allá de las semejanzas superficiales:

"Soy incapaz de prever u obstaculizar los inevitables intentos que se harán por encontrar en los alambiques de Desesperación parte del veneno retórico que inyecté en el tono del narrador de una novela muy posterior. Hermann y Humbert son parecidos solamente en la medida en que puedan serlo dos dragones pintados por el mismo artista en diferentes períodos de su vida."

Nabokov era un hombre tan radical en su concepción de la literatura, tan severo al aseverar, tan demoledor en sus opiniones y tan culto e inteligente, que uno siempre va con exquisito cuidado al analizar una obra suya. La verdad es que debió de ser un profesor tan extraordinario como temible. He dicho "analizar". ¿Aceptaría él esta palabra, o le parecería de una presunción intolerable? Dejémoslo en reseñar. En cualquier caso, Desesperación es una novela inteligente y cautivadora, un divertido juego, un repaso (en el sentido de "zurriagazo") al mundo de la literatura y en especial a aquéllos que se ponen trascendentales sin tener el talento necesario, y, venga, arriesguémonos un poco, una temprana aunque igual de genial Lolita.

lunes, 18 de julio de 2011

La creación de lo sagrado, de Walter Burkert

Se suele decir que la religión es consustancial al ser humano, dado que a lo largo de la historia no ha habido sociedad sin religión. Lo que Walter Burkert se plantea en este estudio es si existe una predisposición biológica en el ser humano para desarrollar el sentimiento religioso.
Para contestar a esa pregunta, Burkert tiene que remontarse a los orígenes, evidentemente. Para ello, no obstante, antes tenemos que hacer parada en los primeros tiempos del homo sapiens, en los orígenes de la lengua, del cuento, de los mitos y de los rituales. Si además de llevarnos a semejante viaje, el libro está bien escrito, el resultado es un libro fascinante, enriquecedor, iluminador, inteligente y ameno.
Burkert plantea una hipótesis y la apoya con todas las evidencias que nuestro conocimiento nos puede aportar, pero lejos de él cualquier intento de ser tajante en una materia que, por su propia naturaleza, no lo permite. De ahí que su primer capítulo sea "¿Sociobiología?", en unos interrogantes que atenúan la idea principal del libro.


Pero vayamos al grano. La más interesante afirmación es la que hace al principio y que tratará de afirmar a lo largo del primer capítulo. A saber: 

"hay que admitir que la religión tiene relación con la aptitud para la supervivencia (...). Se podría incluso afirmar que las ilusiones religiosas son biológicamente ventajosas." 

Remotándose  los orígenes del homo sapiens, y estableciendo frecuentes comparaciones entre los hombres primitivos y otros primates, el autor sugiere que:

"la ventaja que ofrece la religión es la estabilidad y, por consiguiente, la continuidad de la cultura. (...) Las formas incipientes de cultura que se observan en otros primates, como lavar los granos en agua o transportar piedras para romper nueces, pueden volver a perderse sin poner en peligro a la especie. En el caso del homo sapiens, la técnica para conservar el fuego exigía cuidado constante. (...) La autoridad permanente de ancestros o dioses inmortales provee la estabilidad necesaria."

La cuestión es si es posible que reglas adoptadas al azar para preservar la especie pudieron echar raíces debido a su éxito genético, a la que Burkert responde que sí, con la metáfora de "el paisaje biológico":

"la religión natural, las formas básicas y comunes de dirigirse a lo sonrenatural, no se desarrollaron en el vacío, sino a través de la adaptación a un "paisaje" determinado, condicionado por la antiquísima evolución de la vida humana". 

De este paisaje y de la ubicación en él de la religión se ocupa la primera sección del libro. En el resto, Burkert se dedica a analizar las características, habituales o extraordinarias, contemporáneas o primitivas, de diferentes religiones a lo largo de la historia, y la lista no puede ser más interesante. Así, en "Huida y ofrendas", estudia el sacrificio de dedos, la castración (algunso datos: "castrar" está relacionado con castor; muchos eunucos guardaban sus genitales en cajas selladas que quedaban en poder del rey; ¿y la castración psicológica de los machos jóvenes de bajo rango en algunas familias de primates mientras permanecen en la familia?) y circuncisión, o los chivos expiatorios.

Vladimir Propp

En "El núcleo de un cuento" toma como punto de partida al gran estudioso de los orígenes y estrcuturas de los cuentos populares, Vladimir Propp, y plantea la fascinante sugerencia de que "el hilo principal de toda la secuencia de Propp se puede resumir en una sola palabra: la búsqueda, que puede incluir muchos peligros, incluyendo el combate. El equivalente biológico de esta búsqueda es la búsqueda de alimento..." Burkert demuestra que todos los elementos de la secuencia de Propp para la estructura de los cuentos tienen claras analogías "sociobiológicas". Tampoco tiene desperdicio su estudio de la morfología de los cuentos y la idea de que proceden de una serie de "imperativos pragmáticos":

"...la raíz verbal, la "forma cero" del verbo, en la mayoría de las lenguas -incluyendo el inglés, el alemán, el francés, el griego, el semita y el turco- es el imperativo; y la comunicación por imperativos es más primitiva y más básica que la comunicación por frase. La estructura más profnda de un cuento, entonces, sería una serie de imperativos: "consigue", es decir, "sal, pregunta, averigua, lucha por ello, tómalo y corre".

Amor y Psique

Analiza a continuación, en esta tercera parte, la secuencia del cuento tipo de la doncella, y señala que también éste sigue el ciclo vital biológico y natural de las mujeres en su transición de la niñez a la vida adulta, y la relaciona con Amor y Psique, Zeus y Dánae, y Heracles y Auge.
No quiero extenderme más; es imposible hacer justicia a este libro si no es a base de constantes citas. En el resto de capítulos, trata de asuntos como la Jerarquía y los rituales de sumisión, los conceptos de Culpa y Causalidad, los regalos y sacrificios, la adivinación y el juramento:

"El juramento es un fenómeno del lenguaje que debe su existencia a la propia insuficiencia del lenguaje. La debilidad de la palabra es la posibilidad -la probabilidad- de la mentira, del fraude y de la trampa en todos los juegos sociales. (...) Se puede concluir con seguridad que en el comienzo de la civilización la mentira y el lenguaje iban parejos. Los cuentos de fraudes y engaños son los favoritos en muchas civilizaciones.

Pero añade más adelante: 
"no sería correcto decir que los dioses son inventados en este contexto: más bien lo que ocurre es que todos los dioses y poderes venerados por la traidición establecida que garantizan el orden jerárquico, que aparecen como asociados en el intercambio de regalos, que son experimentados en el terror y considerados responsables del bienestar o malestar del individuo, la familia, la tribu o el país, se emplean en el contexto del jutamento y resultan ser realmente útiles. La garantía de verdad absoluta pertenece al dios".

En fin, no hay página sin una observación atinada, brillante o deslumbrante. Todos y cada uno de los diferentes capítulos de La creación de lo sagrado son fascinantes por separado, y juntos forman una obra mayúscula, de lectura compulsiva. 

viernes, 15 de julio de 2011

Series nuevas y no tan nuevas

Para que toda Inglaterra esté pendiente de una serie danesa subtitulada, esa serie tiene que ser muy especial, y The Killing, desde luego, lo es. 
Se comete un crimen y dos policías con personalidades y métodos de trabajo completamente opuestos lo investigan. No suena muy original, y la verdad es que los primeros tres o cuatro episodios me dejaron un poco frío. Cuando arrestan al culpable en el tercer episodio de una serie de veintipico, algo te dice que no, que ése no es. Poco a poco, sin embargo, personajes, trama y realización te va atrapando hasta que, cual televidente inglés, te conviertes en un adicto. Tenemos dos líneas principales, la investigación del crimen y las elecciones a la alcaldía de Copenhague, y, como es de ley, las dos líneas se cruzan y anudan.
Se nos dice en la caja que es la nueva The Wire, pero yo creo que una de las mayores virtudes de esta serie es que no intenta ser como la grandiosa serie americana. Los polis daneses no juegan a ser como sus descreídos, sarcásticos, viciados y joviales compañeros de profesión baltimorenses. Para algo son daneses, es decir tirando a fríos y de escasos juramentos.
Una de mis series del año. Juro por mi honor y conciencia que jamás veré el remake que han hecho los americanos.


Tres son las grandes virtudes de True Blood: la primera, la premisa de la que parte. Estamos en una sociedad donde humanos conviven con vampiros y donde éstos reivindican igualdad de derechos ante el recelo de aquéllos. True Blood es la marca de una bebida de sangre sintética, que constituye el alimento de los vampiros, aunque todo el mundo sabe que lo que de verdad les pone es la sangre humana auténtica. Por otra parte, la sangre de vampiro es una sustancia alucinógena y megaafrodisiaca, y tanto vampiros como humanos trafican con ella. La convivencia entre vampiros y humanos, así como el tema de la irreversible conversión a vampiros y el peligro que estos suponen para la sociedad pueden verse como metáforas de conflictos habituales en la sociedad. Quizá la más evidente sean las relativas a la homosexualidad, a los seropositivos, o a los negros, pero el creador de la serie, Alan Ball (que creó también la inolvidable Six feet under), niega una relación tan directa.
La segunda gran virtud es, sin lugar a dudas, su secuencia inicial, una absoluta obra de arte.


La otra gran virtud de esta serie es que no se toma a sí misma demasiado en serio. Así, desde el primer momento vemos cómo los mismos protagonistas cuestionan, de manera humorística los -por lo visto- falsos tópicos sobre los vampiros. Esta actitud es de agradecer en una serie contemporánea sobre vampiros y en cuya tercera temporada, por ejemplo, figuraba una banda de hombres lobo (con aullidos y todo), mientras que para la cuarta nos anuncia una remesa de hadas.
La primera temporada me pareció excelente, quizá por la novedad, y la segunda tuvo también muy buenos momentos. Creo que en la tercera el nivel bajó bastante, y hubo momentos francamente embarazosos (Jason haciendo el paripé, con el buen papel que tuvo en las dos primeras temporadas), y confieso que no espero demasiado de la cuarta.


Hay series que envejecen mal, en especial las comedias. Hace poco vi en youtube un poco de The young ones, que en mis años mozos era LA serie que había que ver, y se me cayó el alma a los pies. ¿De verdad yo llegaba a llorar de risa viendo eso? Otras ya no nos hacen reír mucho, aunque conservan todo su encanto, como Cheers. Algo parecido sucede con Doctor en Alaska, cuya primera temporada todavía se deja ver con una sonrisa, pero las situaciones y las relaciones entre los personajes son demasiado previsibles como para ir más allá. Por otra parte, veo que las que de verdad sobreviven al paso del tiempo son, entre muchas otras, aquellas de verdadero humor inteligente (un concepto discutido y discutible en nuestro país), como Fawlty Towers, Black Adder o Seinfeld. Esta última no la vi en su día, y la insistencia de un compañero de trabajo al final me persuadió.
Aparte de sus brillantísimos diálogos, Seinfeld es una joya por la imaginación y creatividad de los guionistas. ¿Pueden las vicisitudes de cuatro amigos en Manhattan, que hacen poco más que hablar metidos en un piso, dar para nueve temporadas? Pueden, sí (y sin asomo de parecido con Friends, que en sus últimas e inacabables temporadas, era absolutamente inmunda). De momento, sólo he visto las tres primeras y, aparte de un ligero bajón en los primeros episodios de la tercera, esta serie es divertida, inteligente y, aún hoy, innovadora. Recuerdo, por ejemplo, un episodio en el que los protagonistas esperan mesa en un restaurante, u otro en el que dan vueltas por un parking, sin conseguir recordar dónde han dejado el coche. A partir de unas situaciones tan triviales y con tan poca chicha como ésas son capaces de crear pequeñas historias memorables. En algunas entrevistas, Jerry Seinfeld y Larry David coinciden en que costó convencer a los productores de que apoyaran el proyecto de una serie que trataba sobre... nada.

La genialidad de esta serie me hace pensar en el triste panorama de la comedia en nuestro país. Me pregunto si el homo hispanicus algún día desarrollará lo que se llama sentido del humor inteligente. De acuerdo, ya nadie va a la tele a contar chistes de gangosos y mariquitas, pero echando un vistazo (breve, muy breve, que yo no aguanto más de unos segundos) a lo que se podría denominar sitcoms españolas, es para echarse a llorar.

Y ésta ha sido mi gran decepción de este año. Reconozco que carezco de suficientes elementos de juicio, ya que creo que no llegué al tercer episodio. Reconozco también que seguramente soy yo, y no las legiones de devotos de esta serie, el que está equivocado, pero a mí, los dos primeros me dieron esa inconfundible impresión que tenemos cuando nos encontramos ante un auténtico e impecable bodrio.
Treme nos cuenta la vida de una serie de habitantes de Nueva Orleans unos meses después de la tragedia del huracán Katrina, y nos deleita con diálogos del tipo
-Papá, no te puedes quedar aquí.
-Hijo mío, éste es mi hogar
entre padre testarudo e hijo que triunfa en Nueva York y ha olvidado sus raíces.
Hay que destacar a los personajes, esterotipados hasta la náusea, y algunas escenas que producen vergüenza ajena (la entrevista entre el periodista inglés y John Goodman es posiblemente lo peor que se ha hecho en televisión en las últimas décadas). Pero lo peor de todo es el argumento, o mejor dicho, la completa y absoluta falta de. Y mira que tenían materia prima para crear historias (odiosa comparación: mientras Seinfeld crea buenas historias a partir de nada, Treme lo convierte todo en cliché).
Hace unos meses, en un blog de por ahí hablaban de esta serie y nos decían por qué habái que verla. Me llamó la atención que entre sus razones brillara por su ausencia  algo tan sencillo como el argumento. Por algo será.
Juzgando por esos dos primeros episodios, Treme se me antoja una antología del buen rollito y de lo guay que es Nueva Orleans (otra penosa y ridícula escena, la de los turistas escuchando a un música callejero). Los de HBO han pensado que les bastan esas iniciales, música guay y grandes actores para embaucarnos. Pues a mí la serie me ha parecido odiosa, como la mayoría de sus personajes.

domingo, 10 de julio de 2011

Cuentos de Wilde, relatos de Stevenson


"Cuentos" y "relatos" son dos términos que, con determinados autores, los editores a veces emplean como sinónimos. Así, se habla tanto de los cuentos de Faulkner como de sus relatos. La cosa es más simple en inglés, donde ambos son simplemente "stories", con la palabra "tale" reservada más bien para los cuentos de hadas (¿¿relatos de hadas??) o de Canterbury. Con los autores que nos ocupan, al hablar de Wilde suele utilizarse más "cuentos", mientras que con Stevenson yo diría que "relatos" es más habitual.
Sin entrar en definiciones o teorías literarias, que personalmente me aburren, algunas de las diferencias entre estos términos parecen ser la longitud (el cuento es más breve), la veracidad (el cuento siempre es ficticio; el relato, no necesariamente), la temática (el relato suele asociarse con las aventuras), o la función (el cuento acostumbra a tener una moraleja, mientras que el relato puede limitarse a la presentación de unos hechos). Los niños tienen clarísima la diferencia. ¿Alguien ha oído alguna vez a un niño decir "papá, cuéntame un relato"?
Y hablando de niños, Stevenson es de esos autores que los padres podían comprar a sus hijos con la certeza de estar haciendo lo correcto. La isla del tesoro o La flecha negra se consideraban y siguen considerándose novelas para niños. Por el contrario, a Wilde, en general, no se le ha puesto esa etiqueta, o no es la primera que nos viene a la mente. ¿Quizá se debe esto a la vida privada del autor? Sin embargo, la vida de Stevenson, autor apto para todos los públicos, no estuvo tampoco ajena al escándalo. Claro que se trataba de escándalos más tolerables, como liarse con señoras maduritas y casadas.

El debate sobre qué es una novela para niños la dejo para otro momento, aunque a modo de anécdota, diré que en un concurso en que participé, a los 11 o 12 años, me entregaron como premio Los niños terribles, de Cocteau. Quizá pensaban que era un libro al estilo de Guillermo el travieso. Pero volviendo a Wilde, la verdad es que cuesta imaginar cuentos más apropiados para los niños que los de El Príncipe Feliz y otros cuentos, preciosos, conmovedores, herederos de Andersen, o los de Una casa de Granadas, también bellísimos, si bien sensiblemente más sofisticados.

En "Una casa de granadas", uno de los cuentos que destacan es, si duda, "El pescador y su alma", y destaca no tanto por su gran calidad, que la tiene, sino por unos aspectos formales que la diferencian del resto de relatos (¡uy!). En primer lugar, su longitud, más del doble que cualquier otro, y sobre todo, sus largas descripciones de paisajes y reinos lejanos, exóticos y fantásticos. Esas descripciones y evocaciones, esos ambientes cargados de lujo y rebosantes de sensualidad y exotismo a mí no han dejado de recordarme al maravilloso poema "Kubla Khan", de Coleridge, escrito casi cien años antes:

In Xanadu did Kubla Khan
A stately pleasure-dome decree:
Where Alph, the sacred river, ran
Through caverns measureless to man
Down to a sunless sea.

So twice five miles of fertile ground
With walls and towers were girdled round:
And here were gardens bright with sinuous rills,
Where blossomed many an incense-bearing tree;
And here were forests ancient as the hills,
Enfolding sunny spots of greenery...




(En Xanadú, Kubla Khan
mandó levantar su cúpula señera:
allí donde discurre Alfa, el río sagrado
por cavernas que el hombre jamás ha sondeado,
hacia una mar que el sol no alcanza nunca.

Dos veces cinco millas de tierra muy feraz
ciñeron de altas torres y murallas:
y había allí jardines con brillo de arroyuelos
donde, abundoso, el árbol de incienso florecía,
y bosques viejos como las colinas
cercaban los rincones de verde soleado...)

"El Pescador y su alma", que en algunos lectores provoca un cierto rechazo, debido a sus largas y aparentemente irrelevantes descripciones, es, a mi juicio, una fascinante exploración del subconsciente (recordemos aquí la historia del poema de Coleridge, quien contaba que el origen del poema era un sueño que tuvo tras una noche de opio), así como, de nuevo (recordemos El retrato de Dorian Gray), un conflicto entre dos ¿entidades? aparentemente opuestas: alma y cuerpo. El autor se ayuda para ello de la más obvia imaginería cristiana, y crea con ella una inteligente paradoja: la del pescador de almas que entra en conflicto con la suya propia. Se han realizado fascinantes estudios sobre este cuento, cuya inagotable riqueza de significados está a la altura del mejor Wilde. 
Los Cuentos completos de Wilde se completan con El crimen de Lord Arthur Savile y otras historias, El retrato de Mr W. H., y la maravillosa colección de Poemas en prosa. Sorprende el conjunto por su variedad de estilos, por la maestría de Wilde al manipular diferentes géneros (cuento de hadas, de fantasmas, fábulas, parábolas bíblicas, o juegos metaliterarios al más puro estilo de Nabokov), y sobre todo por su extraordinaria calidad, de buenos a excelentes a obras maestras, que merecerían, todos y cada uno de ellos, una reseña específica. Una auténtica joya.


Mientras los cuentos de Wilde acostumbran a tener moraleja, los relatos de Stevenson no sólo carecen de ella, sino también de cualquier espíritu de ejemplaridad. Gracias a ello se ganó la admiración de aquellos autores que rechazan la función ética de la literatura, o que postulan que en la literatura, la estética constituye la ética, tales como Nabokov (cuentos), Borges (cuentos), o Chesterton, entre muchos otros.
Stevenson es un autor para niños (hablamos de los tiempos en que la infancia duraba hasta los 18 años) porque ama el arte de narrar y consigue cargar de interés y tensión la historia más sencilla. Tanto en Las nuevas mil y una noches como en Noches en la Isla, el retrato psicológico, central en La isla del tesoro como en el Doctor Jeckyll, cede el paso al relato puro, al qué pasó entonces, la razón primordial del arte de contar. Y de ahí el título homenaje a Las Mil y una noches, con el que, aparte de esta pasión narradora, comparte el enlazamiento de las historias y un supuesto "narrador árabe" que nos suena más a pitorreo que a otra cosa.


La influencia de Stevenson es más evidente en algunos de sus devotos que en otros. No se percibe claramente en Nabokov, es algo más clara en Borges, y es del todo palpable en Chesterton. ¿Acaso no nos recuerda ese metomentodo de Florizel de Bohemia al Padre Brown y su candor? ¿Acaso es posible leer la historia "El club de los suicidas" sin que nos venga a la mente El hombre que fue jueves
Pero la influencia de Stevenson es de aún más largo alcance. Quizá diréis que estoy obsesionado, pero el relato "El pabellón de las marismas" me ha parecido puro Bolaño...

Clara nos abrió la puerta del pabellón. Me sorprendió la perfección con que tenían preparada la defensa. Pese a que había una gran barricada, se podía liberar fácilmente y mantenía la sujeción de la puerta contra cualquier violencia del exterior. Las contraventanas del salón estaban también fortificadas incluso de forma más compleja. Fui conducido directamente hacia allí; les iluminaba la débil luz de una lámpara.--

...palabrota más o menos. Pero reconozco que lo mío con Bolaño empieza a tomar tintes enfermizos. 
Y siendo la característica principal de Stevenson la pasión por narrar, no podía por menos de rendir homenaje a una de las grandes tusitalas del siglo XX. Isak Dinesen, naturalmente. Así, aunque Stevenson escribió "El diablo embotellado" y "La isla de las voces" unos cuantos años antes de que naciera la gran autora danesa, no me cabe duda de que ambos relatos, tan dinesenianos ellos y -tanto por su atmósfera mágica como por ser cuentos- diferentes del resto, constituyen un sentido y brillante homenaje a la escritora que recogería el testigo del arte de contar cuentos, quiero decir, relatos.
Como veis, leer a Stevenson, aparte de garantía de pasárselo pipa, es hacer un repaso a la mejor literatura del siglo XX.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...