viernes, 15 de octubre de 2010

Los cuadernos de Malte, de Rainer Maria Rilke

Proust, Joyce o Woolf son algunos de los nombres en los que uno piensa cuando se habla de la novela moderna. Pocas veces piensa uno en Rilke, y sin embargo, Los cuadernos de Malte, que rompió radicalmente con la novela realista del XIX, fue publicada antes que Ulysses, En busca... o La señora Dalloway. Y si estamos hablando de cambio en la novela, se podría ir más lejos y decir que el planteamiento de Los cuadernos... fue de hecho más radical que las obras de Woolf o Proust.

Malte Laurids Brigge, un joven danés de noble linaje, llega a París, capital mundial del arte, con el fin de seguir su camino elegido, a saber, convertirse en poeta. Y en París se encuentra con la muerte. Muerte por doquier, muerte a mansalva, muerte a gogó. La muerte acaecida, la muerte recordada, y la muerte por venir. Malte visita hospitales, es ingresado (en lo que parece un caso de esquizofrenia), se da cuenta de sus limitaciones como poeta, y comienza a perderse en sus recuerdos, en sus lecturas, en los cuadros de los museos y sus visitantes, y en la historia. Y es aquí donde comienza la fascinante desintegración de la narración. De recuerdos de la infancia (con fantasmas incluidos) a crímenes familiares en las casas reales europeas, pasando por el tapiz de La Dama y el Unicornio, historias de santos, y culminando en una reinterpretación de la parábola del Hijo Pródigo. Los Cuadernos... es una lectura densa, difícil, ante la que uno puede elegir entre sumergirse en la erudición de Rilke y seguir el hilo de sus referentes, o simplemente dejarse llevar por la belleza de su lenguaje y la fascinación de los recuerdos infantiles, repletos de criadas, niñeras, institutrices, fantasmas y nobles que lo han perdido todo menos el orgullo. 
Suele suceder que este tipo de obras camina por el filo de una espada. Tan pronto pueden caer del lado de la genialidad como del absurdo. Con Los Cuadernos... en más de un momento nos da la sensación de que Rilke ha ido demasiado lejos en su radicalidad formal (desde luego, y sobre todo al final, la obra tiene algunas páginas francamente tediosas, aunque remonta el vuelo en el extraordinario final). Como genio, bien puede permitírselo. Porque en definitiva, esta obra personalísima e introspectiva va mucho más lejos de ser una historia de iniciación, o un abanderado de una renovación en la literatura. Rilke se volcó en Los Cuadernos... de un modo más personal, más directo y menos simbólico que en su poesía. Novela humana por sus imperfecciones y genial por ser de quien es.

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