jueves, 18 de febrero de 2010

The West Wing


No hay serie que se precie hoy en día que no venga aclamada como "la mejor serie de la historia". Aceptando como inevitable lo absurdo de ese tipo de clasificaciones, algunas series desde luego merecen figurar en los puestos más altos. Ahí están The Wire, The Sopranos or Six feet under. Pero otras, como la que nos ocupa, no merecen pasar de la categoría de "los clichés y topicazos más rentables y repetidos de la historia".
Confieso que no he pasado de cinco episodios. Me ha vencido el deja vú. ¿Qué estoy viendo? ¿La ley de Los Angeles trasladada a la costa este? ¿Ally McBeal tratando asuntos de estado? No me cuesta creer que millones de personas hayan seguido esta serie. Sí me resisto a creer, en cambio, que soy el único que ha visto en ella el eterno remake de las series sobre colegas de trabajo y sus líos en la oficina. Y me niego a creer que a más de uno The West Wing no le ha hecho sentir vergüenza ajena. Debería titularse algo así como "El maravilloso mundo de la Casa Blanca". Es cursi. El presidente es presentado como despistado, entrañable, excéntrico, generoso, severo, adorable, y lo que les ha salido es una figura que no es más odiosa porque uno no puede odiar lo falso. Y así, todo el personal de la Casa Blanca. La oficina de Lou Grant. Los romances de House. ¡Y esa musiquita sensiblero-patriótica para subrayar los momentos sensiblero-patrióticos!
¡Con qué gusto la he borrado del disco duro y me he enganchado a la segunda temporada de Los Soprano!

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