miércoles, 3 de febrero de 2010

Underworld, de Don Delillo

¿Por qué contar la historia de Underworld hacia atrás? Aunque quizá "hacia atrás" no sea la expresión más acertada. El relato se abre con el, por lo visto, histórico partido entre los Giants y los Dodgers, en 1951. Y se me antoja que Delillo hace con la historia lo mismo que con esa pelota de béisbol alrededor de la cual se articula la novela. Un certero e impresionante golpe de bate lanza la pelota hacia las gradas y catapulta la historia hacia el futuro, y así nos encontramos inmediatamente después en 1992. Quizá podría decirse que lo que empieza en ese momento, el intento de reconstruir la historia, paso a paso, de la trayectoria de esa pelota desde que el bate la golpea, el intento de volver sobre sus pasos, es paralelo a la exploración de la historia reciente de los EEUU. Sin duda es eso, pero Underworld es también muchísimo más.
De Nick Shay sabemos que perdió a su padre, inmigrante italiano, corredor de apuestas y pelele de la mafia neoyorquina, a una muy temprana edad. "Se fue a comprar tabaco y no volvió", le han dicho siempre. Él está convencido de que la mafia acabó con él. De Nick vamos averiguando que pasó parte de su adolescencia en un correccional, que le obsesionan las palabras y quiere que sus hijos sepan el nombre exacto de las cosas, que su mujer le engaña con su mejor amigo, que se dedica al tratamiento y reciclaje de residuos de todo tipo, que mató a un hombre... De todos los personajes, sólo a Nick se le concede hablarnos en primera persona, y sólo en la última parte, antes de llegar al epílogo, perderá ese privilegio y podremos observarlo desde fuera, conocedores de su terrible caída. Una caída, por cierto, descrita de manera absolutamente magistral, en una de las constantes referencias a la omnipresencia casi divina de la tecnología en nuestras vidas: al igual que toda América es testigo una y otra vez,  a cualquier hora y en cualquier lugar, del asesinato de un automovilista grabado por una niña, la caída de Nick nos hace pensar en una proyección de vídeo que repite una y otra vez, hasta el infinito, la escena donde se nos muestra el horror. No obstante ese horror, el retrato del italo-Bronx de los años 50 es un jardín edénico comparado con el escenario del deprimente epílogo, en el que nos encontramos en un submundo de corrupción, contrabando de armas y explosiones nucleares subterráneas. De la mano de un milagro Felliniano y un viaje virtual por las autopistas de la información, donde nada muere ni desaparece, llegará algo parecido a la esperanza.
Pero de nuevo, la novela es eso y muchísimo más. Me atrevería a afirmar que cualquiera que ame la literatura encontrará algo en este libro. Desde la impresionante técnica del autor al retrato de toda una época, en este caso la de la Guerra Fría, pasando por la más variada descripción de ambientes y personajes, eventos culturales, ideas y teorías, obsesiones y miserias de nuestro mundo.
Personalmente, me temo que con Delillo me va a pasar lo mismo que me pasó con W. G. Sebald, Haruki Murakami y algún otro: cometí el error de comenzar a leerlos por su mejor libro. Tengo White Noise (Ruido de fondo) esperándome en la estantería, pero dudo que pueda leer algo a la altura de Underworld. Creo que, al igual que Austerlitz o The wind-up bird chronicle, de los autores mencionados, cualquier cosa que lea de Delillo me parecerá que se acerca, se acerca a la obra maestra que es este Submundo.

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