miércoles, 24 de febrero de 2010

Cuentos completos, de Nabokov


Este es uno de esos casos en que el libro que has terminado de leer, y con el que te has tenido que pelear para aguantarlo en las manos, y que no has podido leer tumbado en la cama, y que, si eres de los que se preocupan por la conservación en buen estado de los libros, sólo podías abrir en un ángulo de 90 º, uno de esos casos en que semejante mamotreto se te ha hecho corto. Han sido 800 páginas, pero podían haber sido 1200, y aún me habría quedado con ganas de más.
Nabokov es conocido fundamentalmente como novelista, aunque también debe a su faceta de crítico algunos de sus libros más populares, como Curso de literatura rusa o Curso sobre el Quijote. De su poesía, de momento, no conozco nada aparte del poema en el que se basa Pale fire.  Pero leyendo sus Cuentos completos, uno se da cuenta de que con ellos llegó a lo más alto que se pueda llegar en el género, y que le habrían bastado para hacerse un lugar entre los grandes del siglo XX.
Nabokov, como Cortázar, Chéjov o Faulkner, tiene un estilo inconfundible, en el que priman el humor y la poesía. Sus temas son recurrentes: el desplazamiento del exiliado ruso en Berlín, la omnipresencia de la belleza en el mundo, la crueldad del destino, la memoria siempre, y, por encima de todo, la búsqueda de la felicidad.
La felicidad, parece decirnos Nabokov, puede estar a nuestro alcance, pero poco podemos hacer por alcanzarla, y nuestra esperanza está en dejarnos alcanzar, rozar, por ella. Quizá ya ha sido nuestra y se nos ha escurrido a través de los dedos, o tan sólo se burla de nosotros escondiéndose y revelándose un poco más allá. La felicidad de la que el autor nos habla con tanta frecuencia se esconde en el reflejo de una nube en un lago, o en el juego de sombras y contornos distorsionados por la velocidad que vemos desde la ventana de un tren. La belleza es el único camino que en alguna ocasión puede acercarnos a la felicidad y dejarnos entreverla fugazmente. La memoria adulta a menudo identifica infancia y felicidad. La memoria del exiliado, y más aún del exiliado ruso a raíz de la revolución, acostumbra establecer la misma relación. Pero para Nabokov la memoria no es nunca los restos de aquello que fue nuestra vida. Nabokov entiende la memoria como "actor" en la lucha por la felicidad. La memoria, más que un retrato fidedigno del pasado, debe ser un ejercicio constante de reconstrucción y reinterpretación si queremos convrtirla en nuestra aliada contra el destino.
La belleza de estos relatos me han dejado boquiabierto. La combinación de los pocos elementos que los componen es magistral, y rara es la ocasión en que se hacen repetitivos. Aunque podemos tener tres o cuatro relatos seguidos centrados en el desamparo espiritual del exiliado ruso en Berlín, su lirismo, antes que hacerles caer en la monotonía, va acumulándose historia tras historia, al mismo tiempo que sus desenlaces nunca dejan de sorprender.
Qué inolvidables dos semanas me han hecho pasar. Gracias, Reyes Magos.

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