miércoles, 3 de noviembre de 2010
The Squid and the Whale (Una Historia de Brooklyn), de Noah Baumbach
Nos encontramos en mitad de un partido de tenis, en el que se enfrentan hermano mayor y padre contra hermano menor y madre. Palabrotas, pelotazos al cuerpo del contrincante y susurros furiosos. Unas pocas escenas más adelante, los padres ya se han separado, y los hijos se tienen que enfrentar a su confusión y, peor aún, se ven obligados a tomar partido. Así, tan in media res, empieza la película.
Los Berkman son una familia de clase media, donde las peculiaridades de cada uno no son precisamente extremas. El hijo mayor parece ser un lector voraz, admirador de la obra de su padre y prometedor músico. El menor de vez en cuando se mete anacardos por la nariz. Y el padre Bernard, reconocido novelista, ha ido perdiendo popularidad y se ha ido viendo más y más eclipsado por su mujer, que ha descubierto un insospechado talento para la escritura. Sospechamos que esto tiene mucho que ver con el deterioro de sus relaciones, pero poco a poco iremos descubriendo que la cosa venía de lejos.
Todos los Berkman, pues, parecen encontrarse en una encrucijada, en un momento de transformación al que no se ven capaces de enfrentarse. Walt, el adolescente, se revela como un impostor que pontifica sobre libros que no ha leído y que presenta a un concurso una canción de Pink Floyd. Su admiración por su padre se traduce en una suerte de desprecio por las mujeres, empezando por su propia madre.
A su hermano Frank, de doce años, la separación de sus padres le ha hecho pasar de la inocencia infantil a unas actividades sexuales que se podrían calificar como sórdidas, cuando menos. Frank, que desde el primer momento se coloca del lado de Joan, su madre, de manera agresiva reniega del futuro que su padre imagina para él y reivindica su carácter de filisteo.
Y mientras tanto, Bernard y Joan intentan continuar con sus vidas cada uno por su cuenta y protegiendo a los niños en la medida de lo posible. Pero en este loable intento el padre se lleva la peor parte, y queda retratado como un capullo, para qué negarlo. También para su hijo Walt, quien en el despacho del psicólogo y evocando su infancia se sorprende ante la ausencia de su padre en sus recuerdos. Y así llegamos al final, que nos sorprende de nuevo in media res.
En resumen, The Squid and the Whale (2005), cuyo título fue víctima, en nuestro país, de una de esas traducciones de antaño, es otra excelente muestra de cine independiente norteamericano. Estupendo guión a cargo del mismo director, Noah Baumbach, en lo que parece ser una historia bastante autobiográfica, y fantástico reparto, donde no desentona absolutamente nadie, desde el padre hasta el último secundario. Y lo más difícil de todo, un retrato de una familia que es sincero, profundo, real, trágico, entrañable y divertido.
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