Después de leer La ofensa, y como hago casi siempre antes de escribir una reseña, me he paseado por la red para leer otros blogs y ver qué les había parecido a los demás esta novela. Salvo alguna pequeña discrepancia, bastante bien argumentada por cierto, casi todo el mundo parece estar de acuerdo en que nos hallamos ante una gran novela o, cuando menos, ante un autor que está dejando ya de ser una promesa para convertirse en uno de nuestros mejores narradores.
La ofensa, al igual que Derrumbe, es una novela muy corta, de apenas 140 páginas de letra bastante grande. En ella se nos narra la vida y tribulaciones de Kurt Crüwell, un sastre alemán que de la noche a la mañana se ve enrolado en el ejército nazi, se despide para siempre de su novia, judía, se convierte en el favorito de su superior, asciende a cabo y participa en la invasión de Francia. Allí, en un pueblo llamado Mieux, será testigo de una horrible matanza que lo condena a una extraña enfermedad: una absoluta insensibilidad.
Del desarrollo de esta enfermedad, de su tratamiento a cargo de un médico francés, Lasalle, y una enfermera británica, Ermelinde, nos habla la segunda parte, mientras que en la tercera vemos cómo se cierra el círculo que se abre con aquella cámara que filma la masacre, y cómo el pasado atrapa a Kurt y le hace rendir cuentas.
Se dice que la novela hace referencia a El corazón de las tinieblas de Conrad. Efectivamente, en un interesante juego de espejos, nuestro personaje central, Kurt, que se derrumba o, casi literalmente, se desintegra en su humanidad ante la masacre del pueblo de Mieux, comparte (casi) el nombre del personaje conradiano responsable de"el horror, el horror". La novela se sitúa, así, en el centro de esta dualidad inocencia-maldad. Del mismo modo, cobran gran relevancia otros temas conradianos como la carga de la culpa y el anhelo e imposibilidad de su expiación.
A mí La ofensa me ha parecido irregular. La primera parte está muy bien narrada, y tanto el estilo como la historia me han recordado al Joseph Roth de La Marcha Radetzky. Hay alguna inconsistencia, como por ejemplo, la ignorancia por parte de Kurt del futuro que le espera a su novia. No había alemán en 1939, y menos aún si tenía una relación con una judía, que no supiera lo que tarde o temprano le iba a suceder a ésta. Esta inconsistencia, sin embargo, no chirría demasiado dada la poca relevancia de Rachel, la novia del protagonista. Más discutible puede parecer el giro final de la novela.
Evidentemente, el autor no tiene la intención de contar una historia verosímil, sino que está utilizando una imagen simbólica. Así, aunque haya ido demasiado lejos al utilizar la casualidad, aunque el reencuentro final de Kurt con su antiguo superior, en el momento preciso de la proyección de la película, resulte del todo inverosímil, todo ello no importa, se nos sugiere, porque no estamos sino frente a una imagen que resume una de las ideas centrales de la novela. ¿Y cuál es esta idea? Toda su vida, Kurt se ha dejado arrastrar, por la familia, por los acontecimientos, por la vida, por su sensibilidad; acepta y cumple, callado; no cuestiona; nunca toma las riendas. Y en la escena final, no sabemos hasta qué punto es consciente de que se dirige al reencuentro con su pasado, aunque esa consciencia haría más "disculpable" la casualidad. Menéndez Salmón (¿cómo querrá este señor que lo llamen?), parece plantearnos cuestiones sobre la fatalidad, sobre nuestro destino y el modo en que lo buscamos al tiempo que intentamos eludirlo. Aun así, da la sensación de que el autor "se ha pasado". En cualquier caso, estas ideas me parecen más interesantes que el concepto del "cuerpo" como frontera entre nosotros y el mundo, concepto en el que se centra la segunda parte de la novela.
Otra cosa que no acaba de convencerme es el papel del narrador, aunque supongo que aquí intervienen mis gustos personales. Me parece que el punto de vista no está del todo conseguido. Por lo menos, a mí no me acaban de gustar esas intrusiones del autor, y a uno le da la sensación de que Menéndez Salmón no ha sabido trazar una línea clara entre autor y narrador. La enfermedad, a la que el médico francés que lo trata, Lasalle, se refiere como "la metáfora", impulsa al autor quitarle el micro al narrador y ofrecernos párrafos cargados de filosofía. A mi juicio, esos párrafos sobran. Una novela puede "ser filosófica" sin recurrir a tantas preguntas retóricas y un tanto pretenciosas. Coincido con la crítica citada anteriormente en que estos párrafos parecen dirigidos a halagar el ego del lector. También le sobran a la novela unos kilitos de retórica, con esas repeticiones entre lapidarias y de político discurseando.
Con todo, y pese a sus imperfecciones, La ofensa es una novela recomendable, entretenida, con anhelo de profundidad, e interesante tanto en sí misma como en la trayectoria de un novelista que, para mí, todavía tiene que dar lo mejor de sí.
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