martes, 21 de septiembre de 2010

Mil grullas, de Yasunari Kawabata

Sorprende esta novela en su inicio por su lenguaje directo, sin tapujos, y por lo desagradable de algunas imágenes. Sin embargo, al mismo tiempo, nos escontramos con el escritor sutil y, diríase ahora, minimalista que ya conocemos, el Kawabata de la sublimación del momento por la belleza.
Mil Grullas, que ocupa poco más de 140 páginas de lectura aparentemente ligera, es no obstante un libro de lectura lenta. Kawabata despoja la escritura de todo aquello que sea superfluo, y nos queda entonces un libro de frases densas y pesadas, a la vez que de una sencillez pasmosa. Una narración que, a pesar de su abundante diálogo y sus brevísimos párrafos que, de una pincelada, describen un gesto, un olor o detalle de un kimono, debemos leer a ritmo de ceremonia del té.
Y la ceremonia del té es la metáfora central del libro. Sirva como consuelo para el lector (como yo) profano en la materia, que el personaje central de la novela está lejos de ser un experto en dicho ritual:
Kikuji no sabía nada de las flores para acompañar el té (...). Para el té de la mañana, sin embargo, le pareció que la campanilla era apropiada.
He dicho al principio que esta novela sorprende por su lenguaje directo a la vez que sutil, valga la paradoja. De hecho, la novela es sutilmente brutal. Kikuji, el protagonista, ve cómo Chikako, una suerte de bruja que tuvo una relación con su difunto padre, hace de Celestina y le sugiere que se case con la bella Inamura, ofrecimiento que ella considera irrechazable, pero que él no acepta. Kikuji no tardará en acostarse con la señora Ota, por quien su padre abandonó a Chikako, al tiempo que comienza a verse atraido por Fumiko, la hija de Ota. Como se puede ver, esto es más que un culebrón. Y enmedio de todo esto, la ceremonia del té, con sus tazas, tazones, colores y flores.
Esta maravillosa novela trata así el tema de la culpa, y parece referirse a la maldición bíblica de los hijos pagando la culpa de los padres. Y donde hay culpa, se implora perdón y se busca la redención, redención que sólo puede llegar con la muerte o, más concretamente, con el sacrificio.
Las tazas de té, que en sus 300 años de vida han visto tanta pasión y tanta muerte, guardan la marca indeleble de esta culpa que heredamos. Las tazas, la culpa, se pueden hacer añicos, pero ¿una marca en el pecho?
Metempsicótica novela para pensar, saborear y sobre todo disfrutar. Genial Kawabata.

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