martes, 14 de septiembre de 2010

El desencantado, de Budd Schulberg

Hay libros buenos y libros buenos. Hay libros grandes y libros grandes. Hay clásicos universales cuya lectura supuestamente nos enriquece, y hay clásicos modernos, como El Desencantado, cuya lectura no sólo nos enriquece, sino que además nos hace disfrutar como enanos.
El Desencantado cuenta la historia de Shep Stearns, un joven idealista, simpatizante del comunismo y aspirante a escritor, que ve su guión aceptado por Victor Milgrim, prestigioso productor de cine. Este, sin embargo, contrata a Manley Halliday, prestigioso novelista que lleva unos años sin publicar nada y sufriendo problemas de alcoholismo, para que, con la colaboración del joven guionista, intente convertir en algo aceptable el mediocre guión de Stearns. En lugar de ofenderse, Stearns se siente honrado de poder trabajar junto a Halliday, escritor por quien siempre ha sentido la más profunda admiración.
Y a partir de ese momento, asistimos al progresivo desencanto de Stearns. Su admirado novelista se muestra incapaz de aportar apenas alguna idea para el guión, se pasa el rato recordando su época de esplendor, los dorados años 20, y, lo que espeor, vuelve a caer en el alcoholismo.

La novela es divertida, profunda y apasionante. Schulberg (hijo de productor, y guionista, entre otras películas, de La Ley del Silencio) pinta un nada complaciente retrato del mundo del guión como refugio de escritores en crisis creativas y económicas. Es también una historia de amor, con la fascinante relación de Halliday con Jere y con Ann, dos personalidades totalmente antagónicas. Novela también política, con el contraste y, en ocasiones, enfrentamiento, entre Stearns, definido de manera poco afortunada en la traducción como "progre", y Halliday, amante del lujo, los coches y el champán. Novela de inciación, para Stearns. Iniciación a la vida, a la realidad, al fin de los ideales, al desencanto, a la caída de los ídolos, a su humillación.
Poco importa, poco me importa a mí, que la novela esté basada prácticamente en hechos reales. Fue el mismo Schulberg quien tuvo que trabajar con su admirado Fitzgerald, y vio cómo su admirado escritor caía en picado hasta convertirse en una ruina humana. Y aunque sea interesante saberlo, esta novela es tan grande que está más allá de hechos reales o ficticios. Respira cine, con esos diálogos tan ingeniosos como memorables, y respira realidad, con unos personajes, desde el primero hasta el último, tan creíble como impredecible.
Un pedazo de novelón.

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