sábado, 18 de septiembre de 2010

País de Nieve, de Yasunari Kawabata

Como dice el viejo chiste, "me encanta jugar a póquer y perder..." Es la segunda vez que leo País de Nieve y, como en la primera ocasión, he disfrutado de una escritura bellísima, al tiempo que me he quedado con la sensación de haber apreciado tan sólo una fracción de esa belleza. 
Kawabata no es un autor fácil. De hecho, la literatura japonesa, por motivos culturales y lingüísticos obvios, no es una literatura "fácil" (si es que alguna lo es). El lector que se acerque a Kawabata sin haber leído otros autores japoneses, o sin haber visto nada de Ozu, Mizoguchi o Kitano, debe de sentirse muy perdido. Cuando menos, a los que hemos tenido la suerte de disfrutar de esos genios no nos sorprenderán tanto los silencios, la formalidad casi monárquica entre miembros de la misma familia, el carácter casi sagrado del teatro kabuki o la ceremonia del té. Y probablemente eso sea solo una parte del bagaje cultural necesario para apreciar esta novela u otras en todo su esplendor. Pero cuando el esplendor resplandece como... y no termino esta frase porque me saldrá cursi.
La aprehensión de la belleza es precisamente uno de los temas centrales de la novela. Otro parece ser el "esfuerzo inútil", concepto que de forma sutil aparece una y otra vez. La historia comienza en un tren que se dirige a través de la noche hacia el país de la nieve, y en ese vagón casi vacío Shimamura, el protagonista, ve, en el hueco que acaba de hacer en el vaho de la ventana, el reflejo del ojo de una pasajera, reflejo que a ratos se divide en dos planos y superpone la luz de una bombilla sobre el ojo. Naturalmente, Shimamura y Yoko, la pasajera, acompañada de Yukio, un joven a punto de morir al que ella está cuidando, se bajan en la misma estación, un balneario de montaña donde él va a descansar y a visitar a Komako, una geisha con la que en una anterior visita inició una relación.
El resto de la novela desarrolla la relación entre Shimamura y Komako, relación que se ve complicada, sin embargo, por el hecho de que ambos son los vértices de sendos triángulos amorosos: Shimamura-Komako-Yoko, y Komako-Yoko-Yukio.
Maravilla la forma en que se nos cuenta tanto en tan pocas páginas, y de una forma tan poética. Da la sensación en todo momento de que bajo la nieve del pueblo, y bajo la gelidez de los personajes, hay un fuego latente que de forma metafórica y literal amenaza con arrasarlo todo. Sólo Komako, con sus continuas borracheras, es capaz de dar salida a ese fuego. Pero en última instancia, cabe preguntarse si tanto la contención y frialdad de Shimamura, al cabo hombre casado, y la pasión de Komako son las dos caras de la misma moneda, el "esfuerzo inútil":
Tot i saber que ella l'estimava, no deixava de veure la seva vida com un esforç bell però inútil que l'arrossegava a ell cap a una mena de buit.

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