Qué triste debe de ser la vida del crítico literario. Porque con este libro, aunque parezca mentira, a algunos no se les ocurrió nada mejor que iniciar una discusión bizantina sobre la diferencia entre el realismo mágico y lo real maravilloso. Hace falta tener atrofiada la capacidad de disfrute para dedicar artículos, libros y tesis doctorales a semejante debate.
Y todo a raíz del prólogo del autor, clásico entre los prólogos, de lectura tan obligada como interesante, en el que decía:
Esto se me hizo particularmente evidente durante mi permanencia en Haití, al hallarme en contacto cotidiano con algo que podríamos llamar lo real maravilloso. Pisaba yo una tierra donde millares de hombres ansiosos de libertad creyeron en los poderes licantrópicos de Mackandal, a punto de que esa fe colectiva produjera un milagro el día de su ejecución (...) A cada paso hallaba lo real maravilloso. Pero pensaba, además, que esa presencia y vigencia de lo real maravilloso no era privilegio único de Haití, sino patrimonio de la América entera, donde todavía no se ha terminado de establecer, por ejemplo, un recuento de cosmogonías. Lo real maravilloso se encuentra a cada paso en las vidas de hombres que inscribieron fechas en la historia del Continente y dejaron apellidos aún llevados: desde los buscadores de la Fuente de la Eterna Juventud, de la áurea ciudad de Manoa, hasta ciertos rebeldes de la primera hora o ciertos héroes modernos de nuestras guerras de independencia de tan mitológica traza como la coronela Juana de Azurduy. Siempre me ha parecido significativo el hecho de que, en 1780, unos cuerdos españoles, salidos de Angostura, se lanzaran todavía a la busca de El Dorado...
No me acaba de quedar claro que el objetivo de Carpentier fuera fundar un estilo o un género literario, así que, ante la duda, queda declarado inocente.
El reino de este mundo es, en cualquier caso, una novela redonda, un pequeño (por su extensión) prodigio literario, una obra prácticamente perfecta en la que se nos narran los hechos principales de la Revolución Haitiana, así como el papel que jugaron en ella protagonistas principales y secundarios. Recordemos aquí que la de Haití, tras la de los EEUU, fue la segunda revolución en tierras americanas de una colonia europea. Hay que subrayar, sin embargo, que no estamos ante una novela histórica propiamente dicha. Más bien, Carpentier utilizó el escenario de antes, durante y después de la revolución, para hablar de ya veremos qué. Y lo hizo mediante un magistral uso del tiempo narrativo, dando toda una lección de literatura, ejecutando saltos de doce años al tiempo que se demora en la descripción de la grupa de un caballo. Soberbio.
Nos asegura el autor que tanto los acontecimientos narrados como los personajes, desde el primero hasta el último, se ajustan a la verdad histórica. Entre estos personajes destacan, por supuesto, Ti Noel, esclavo e hilo conector de las cuatro partes en que se divide la novela, así como Mackandal, esclavo rebelde instigador de la primera rebelión de esclavos, quien, pese a morir en la primera parte, sigue siendo un personaje fundamental en la historia hasta la última página. La escena de la ejecución de Mackandal es otro ejemplo de literatura de alto octanaje, y de cómo se reconcilia lo real con lo maravilloso.
Por otro lado, entre los personajes más conocidos por la posteridad, está el fascinante Henri Christophe, que de reputado cocinero llegó a convertirse en héroe de la Revolución, presidente y, más adelante, autoproclamado primer rey de Haití. En la novela, sin embargo, tiene el personaje más bien poco de héroe y mucho de monstruo, y se nos antoja que estamos ante uno de los primeros caudillos, supremos y patriarcas que tanto abundan en la literatura hispanoamericana.
Otro de estos personajes Históricos, con mayúscula, es ni más ni menos que la hermanísima Paulina Bonaparte, que viajó a Francia acompañando a su marido, el general Leclerc, enviado por su cuñado para sofocar la rebelión en la isla. Paulina, que a primera vista se nos antoja una calientabraguetas (no se me ocurre nada más fino), es sin embargo, y por otros motivos, un personaje especialmente importante en la novela. A medio caballo entre la América "maravillosa" y la Europa "racional", Paulina parece representar al racionalismo ateo y cartesiano consagrado en la Revolución francesa, buscando, como nos recordaba el autor en el fragmento citado anteriormente, aquel consabido El Dorado que sus lecturas europeas le habían hecho imaginar.
Y a todo esto, ¿de qué trata El reino de este mundo? De la libertad, la revolución, la condición humana, la magia de la fe, la identidad, las ansias de poder; el vudú, el papel del hombre humilde en el curso de la historia, y sobre todo, de América, de la creación de la identidad hispanoamericana. Desde la primera escena, inolvidable, con ese lenguaje rico, poético, visual, tropical y calderoniano (y que, lamentablemente, seguirá hasta el fin de los tiempos con el sambenito de "barroco"), hasta la última página, un pequeño grandísimo libro.
Y para concluir, qué menos que citar el párrafo final del prólogo de Carpentier, que quizá influyó más que la propia novela en la literatura hispanoamericana posterior, y que curiosamente es omitido en mi edición de Seix Barral:
Sin habérmelo propuesto de modo sistemático, el texto que sigue ha respondido a este orden de preocupaciones. En él se narra una sucesión de hechos extraordinarios, ocurridos en la isla de Santo Domingo, en determinada época que no alcanza el lapso de una vida humana, dejándose que lo maravilloso fluya libremente de una realidad estrictamente seguida en todos sus detalles. Porque es menester advertir que el relato que va a leerse ha sido establecido sobre una documentación extremadamente rigurosa que no solamente respeta la verdad histórica de los acontecimientos, los nombres de los personajes –incluso secundarios-, de lugares y hasta de calles, sino que oculta, bajo su aparente intemporalidad, un minucioso cotejo de fechas y de cronologías. Y sin embargo, por tal dramática singularidad de los acontecimientos, por la fantástica apostura de los personajes que se encontraron, en determinado momento, en la encrucijada mágica de la Ciudad del Cabo, todo resulta maravilloso en una historia imposible de situar en Europa, y que es tan real, sin embargo, como cualquier suceso ejemplar de los consignados, para pedagógica edificación, en los manuales escolares. ¿Pero qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real-maravilloso?
"y sobre todo, de América, de la creación de la identidad hispanoamericana"
ResponderEliminarNo sabía que Haití era hispanoamérica, jejeje
Gracias por tu comentario, anónimo. Me alegro de que te haya gustado.
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