A veces me deslumbro con mi propia ignorancia e incultura. ¿Cómo es posible que hasta hoy no hubiera leído jamás este libro? ¿Será porque es de esos clásicos de los que uno se ha encontrado hasta la náusea ediciones todo a cien en cualquier mercadillo de barrio? ¿Será porque había oído hablar demasiado de él, como sucede con los jóvenes que no han empezado el Quijote y ya están hartos de él? Son dos posibles explicaciones. Otra explicación es el peinado del señor Voltaire,
pero esa excusa no sirve, porque Swift gastaba el mismo estilista y a mí Gulliver me fascinó desde siempre.
Y lo mismo cabe decir de Defoe. Robinson Crusoe es uno de los iconos de mi infancia.
Todo lo cual nos lleva a dos conclusiones evidentes: una, que la ley científica según la cual los señores con peluca blanca de rulos no pueden escribir buenos libros tampoco se puede aplicar a los franceses. Y dos, que si hasta ahora no había leído Cándido era por culpa de mis propios prejuicios.
¿Y qué es Cándido? ¿Y tú me lo preguntas? Sátira, novela picaresca, de aventuras, bildungsroman, parodia de las novelitas que prefiguraban el romanticismo, obra genial influida por Swift pero de ritmo rabelaisiano, Cándido es, sobre todo, uno de los libros más divertidos que he leído en mucho tiempo.
Cándido, expulsado del edénico jardín que representa el castillo del barón de Thunder-ten-Tronckh por haber besado tras un biombo la dulce mano de la señorita Cunegunda, va vagando por una tierra asolada por la guerra. Y a partir de ahí empieza todo tipo de aventuras, que Voltaire aprovecha para repartir mandobles, a veces sutiles, a veces salvajes, a diestro y siniestro. A Cándido lo reclutan los búlgaros con artimañas, lo apalean, se escapa, conoce a peculiares personajes, se embarca para Lisboa, donde será condenado a un auto de fe, conseguirá escapar, viajará a sudamérica, siempre en busca de su amada Cunegunda confiado en que los búlgaros no la destriparon del todo después de violarla, conocerá El Dorado, se hará rico, se hará creso, volverá a Europa, se le ahogarán los carneros que transportaban sus riquezas, recuperará a amigos y amada... Cien páginas de aventuras donde no faltan guerras, terremotos, ahorcamientos, canibalismo, empalamientos, tsunamis, bestialismo, sífilis, violaciones, resurrecciones... En resumen, diversión a raudales.
...iban a quemarme, pero ya te acuerdas que llovía a chaparrones cuando me habían de echar a la hoguera, y que no fue posible encender el fuego; así que me ahorcaron sencillamente: y un cirujano, que compró mi cuerpo, me llevó a su casa, y me disecó; primero me hizo una incisión crucial desde el ombligo hasta la clavícula. Yo estaba muy mal ahorcado: el ejecutor de las sentencias de la Santa Inquisición, que era subdiácono, quemaba las personas con la mayor habilidad, pero no tenía práctica en materia de ahorcar...Se dice que Cándido o el optimismo es una despiadada crítica del optimismo de Leibniz. ¿Y en qué consistía este optimismo? Decía el filósofo alemán que de todos los mundos posibles que Dios podría haber creado, su inclinación final por este nuestro mundo en lugar de los otros era consecuencia de una "razón suficiente". Y esa razón, para Leibniz, era que este mundo era el mejor, pese a la innegable existencia de males, dado que cualquier otro mundo posible habría tenido males aún mayores.
No cuesta imaginar que Voltaire sintiera una irresistible tentación de parodiar dicha filosofía. Como cada siglo, Europa salía de una guerra para entrar en otra, ejércitos, gobiernos y reyes cometían las mayores atrocidades imaginables, y todos los días personas inocentes eran víctimas de la persecución religiosa y condenadas a padecer los más espantosos suplicios. Voltaire, una de las voces más respetadas de su época, se erigió en más de una ocasión en defensor de esas personas, incluso cuando ya era demasiado tarde para salvarlas. Conocido fue el caso de Juan Calas, hugonote que tras una farsa de juicio murió ejecutado en la rueda. Un escandalizado Voltaire removió cielo y tierra hasta que finalmente se reconoció la inocencia de Calas y se indemnizó a la familia.
Criticar el optimismo de Leibniz, por tanto, no puede haber sido sino sólo uno más de sus objetivos al escribir Cándido. Preconizar la "razón suficiente" del mejor de los mundos posibles es tan gilipollas como lo sería escribir todo un libro para rechazarlo. El objetivo último de la obra de Voltaire era defender el establecimiento de la libertad religiosa, el crecimiento de la prosperidad, el respeto de los derechos del hombre y la abolición de la tortura. Y como hombre de gran inteligencia que era, sabía que la comedia, la parodia, la sátira y el sarcasmo, en buenas manos, resultan a menudo más convincentes que un moralista poniéndose estupendo. De ahí la candidez.
Me alegro muchísimo de que te haya gustado. Yo que soy muy bestia (pero que muy bestia) en mis gustos, siempre digo que la literatura francesa solo la salvaría por Voltaire, siento pasión por el. Si te ha gustado Candido, creo que te gustaran muchas otras cosas de el. Si puedes pillar en la biblioteca la edición de Siruela de sus "Cuentos completos" te garantizaras muchos buenos ratos. Y el diccionario filosófico es amenísimo también (lo compre en dos volúmenes de segunda mano en una feria del libro).
ResponderEliminarY por cierto, tu crítica me ha encantado. Me han dado muchas ganas de volverlo a leer.
Adoro a este francés, tan poco Cándido que a ratos parece casi inglés...
Creo que tu blog debería tener más seguidores.
Muchas gracias, Óscar, pero lo importante es la calidad, y no la cantidad ;-)
ResponderEliminarSupongo que te has dejado llevar por tu entusiasmo volteriano y te has olvidado de nuestro admirado Chateaubriand. Y estoy seguro de que del XIX salvas también a algún otro.
Y gracias por tus recomendaciones, estaré al acecho.
Anoche al acostarme me acordaba del comentario y pesanba ¡Dios mio, me he olvidado de Chateaubriand!. Corregido queda. Es de justicia.
ResponderEliminarSaludos.
Y Michel de Montaigne, por supuesto. Saludos
ResponderEliminarTodo el mundo debería leer el libro que contiene las palabras divinas... "y si le enseñara mi trasero, no hablaría del modo que habla y suspendería su juicio."
ResponderEliminarMuy acertado comentario, Catalina. La verdad es que el libro es, principio a fin, una colección de citas divinas.
EliminarGracias por pasarte por aquí.