¿Inane? ¿Ultraconvencional? ¿Autocomplaciente? ¿Predecible? ¿Políticocorrectísima? ¿Superficial? ¿Aburrida? ¿Vacua? No quiero ser tan severo como para aplicar todos estos adjetivos a esta novela, pero más de uno de ellos le van que ni pintados.
El Corrector es muchas cosas, pero sobre todo es un excelente ejemplo de libro escrito cuando no se tiene nada que decir. Todos y cada uno de nosotros tenemos nuestra propia crónica de aquel infausto 11-M, por lo que, de entrada, un autor que se limite a contarnos la suya debería aportar algo diferente, un nuevo punto de vista, una reflexión interesante, un estudio del cómo, el porqué o el quién. Nada de eso. Ricardo Menéndez Salmón ha decidido que su crónica, que en nada se diferencia de la de millones de españoles, merece la pena ser leída ¿por? Ése debe de ser el único misterio de ese atentado sobre el que, según el autor, "lo sabemos todo".
Naturalmente, nos está vendiendo una novela, así que hay que aderezarla con algunos elementos novelísticos. El protagonista es un corrector de pruebas en una editorial, lo que le da la posibilidad de introducir a Dostoyevski, de quien está revisando una traducción de Los Demonios. Tenemos Dostoyevski a mansalva. Pero en una novela que quiera vender hacen falta también otros personajes (las novelas de un solo personaje son muy aburridas, ya sabéis). Por eso tenemos a su mujer, Zoe, restauradora de obras de arte; a su editor, a un amigo que vive en Madrid, y a un hijo ilegítimo cuya existencia Zoe ignora. Zoe y, sobre todo, el niño no pintan absolutamente nada en la trama, y están ahí para dar pie al autor (y a un, me imagino, agradecidísimo redactor de textos de contraportada) a decir que estamos ante "una confesión a los seres que amamos".
Lo mejor que tiene El Corrector es su brevedad. De lo contrario, se me habría caído de las manos no sé cuántas veces. Como no sé cuántas fueron las veces que miré hacia adelante: "a ver cuánto dura este capítulo, ¡bieeen! es de los que acaban en la página de la derecha, al principio de la página, ¡y luego viene una en blanco!"
Tengo que decir que el libro me predispuso muy mal ya al principio, con esa afirmación de que "lo sabemos todo" sobre el 11-M. Yo soy de esos (tontos, locos, fachas o, si preferís, las tres cosas a la vez) que creen que no sabemos absolutamente nada, y que desgraciadamente nunca lo sabremos. Pero creo que la novela también aburrirá a cualquier lector que crea a pie juntillas la versión oficial y tenga un mínimo de buen gusto literario. De verdad, que a estas alturas alguien nos venga a contar su historia del bigote de Aznar, del peinado de Acebes, o de los tontos tan tontos que dijeron "ha sido ETA", se me antoja un absoluto misterio. ¿Qué buscaba Menéndez Salmón con este libro? ¿Ser uno de los primeros escritores que literaturizaron el 11-M? ¿Entrar con alfombra roja en el club de nuestros escritores más mediáticos, "comprometidos" y sumisos? ¿O simplemente es que tiene un contrato con Seix Barral que le obliga a escribir un libro al año?
En fin, gran decepción, y mi adiós, por un largo tiempo, a Menéndez Salmón.
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