martes, 13 de abril de 2010

Entre paréntesis, de Roberto Bolaño


Roberto Bolaño es curioso, en todos los sentidos de la palabra. Poderoso e impotente a la vez ante su casi enfermiza pasión por la literatura, Bolaño se desnuda en sus artículos, o mejor habría que decir se arranca la piel a tiras para entregársenos por completo. Bolaño nos entrega su alma, que está hecha de amor, pasión por la vida y literatura. Poco más llegamos a saber de él, y al mismo tiempo sabemos tanto. En primer lugar, Bolaño es buena persona (y digo "es" porque después de leer este libro es inconcebible que su autor pueda haber muerto). Es buena persona, y eso despierta sospechas, o por decirlo más claramente, te granjea odios. A Bolaño lo odiaron los engreídos, los falsos, y la gentuza que no es capaz de entender que alguien entienda la libertad como la entendía, la entiende, Bolaño.
En segundo lugar, Bolaño ama la vida, y es incapaz de elegir entre el amor por la vida y la pasión por la literatura , pero sabe que una relación sana con ambas es imposible. Y en tercer lugar, Bolaño nunca ha dejado de ser un adolescente, en el buen sentido del término. Existen otros escritores que no tienen pelos en la lengua, pero cuyo sarcasmo está siempre movido por la mala leche. En Bolaño el sarcasmo está movido por la incapacidad de mentir. Otros escritores dirían que no conocen o no les atrae la obra de aquellos autores que consideran mediocres. Bolaño no puede por menos de decir que Allende, Mastretta o Coelho son lo que son, cualquier cosa menos literatura. Su vehemencia en aquello que defiende o que ataca los demás la dejamos atrás al salir de la adolescencia. Bolaño es vehemente porque es apasionado, sincero, culto (qué poco le gustaría a él esta palabra, sospecho), y como dice él de tantas personas "lo ha leído todo".
Bolaño habla como un torrente sobre poetas de los que servidor jamás había oído hablar, y he devorado hasta la última de sus líneas. Sus artículos, sus pregones, sus conferencias se leen con adicción, como quien come cacahuetes, y nos deja con sed de más.
Confieso que lo primero que intenté leer de Bolaño, Los detectives salvajes, me decepcionó y no lo pude acabar. ¡Qué ganas tengo de volver a echarle el guante!

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