martes, 10 de septiembre de 2013

Escanciando recuerdos


La época victoriana no existió. Y la Revolución Industrial fue un invento. Que lo sepáis.
Lejos por igual de Londres y del industrioso norte industrial, en los albores del siglo XX la vida para los habitantes de las colinas Cotswold no difería mucho de la vivían sus ancestros mil años antes. Los días en el pueblo de Slad no se regían por las sirenas de una fábrica ni la hora de cierre de las oficinas, sino por las supersticiones, la campana de la iglesia, la luz del sol, la oscuridad del bosque, y la vida del squire, el señorito del pueblo, cuya mansión y banquetes excitaban siempre la febril imaginación de la plebe. En aquella tierra, apenas inglesamente escarpada, el ferrocarril era un prodigio del que algunos habían oído hablar, pero nadie había visto; los vehículos a motor que empezaban a pasearse ni siquiera despertaban el suficiente interés como para que los niños corrieran tras ellos, y tan sólo una vez al año, el pueblo se subía a bordo de una charabanc y se iban todos de excursión a Weston-super-Mare.
   
El pueblecito de Slad, en Gloucestershire, a principios del siglo pasado

Como ya comentaba en mi anterior entrada, Sidra con Rosie (1959) es uno de esos libros que todo inglés conoce. En cuanto uno menciona los nombres de Stroud (una pequeña ciudad situada a tres kilómetros de Slad) o las colinas Cotswold, no hay quisqui que inmediatamente no asocie ese nombre con este maravilloso libro que, de hecho, es lectura habitual en la educación secundaria. ¿Os acordáis de Platero y yo, cuando Platero era Platero y yo era yo? Pues Sidra con Rosie vendría a jugar en el imaginario inglés un papel parecido, aunque para niños un pelín más creciditos.


 Una de las preciosas ilustraciones de John Ward para la primera edición

Curiosamente, la fama de Laurie Lee no ha llegado nunca a España. Y digo curiosamente porque muchos son los lazos que unen a Lee con nuestro país. Sin ir más lejos, nuestro autor llegó a España en plena Guerra Civil, dispuesto a luchar contra las tropas de Franco. Sin embargo, por suerte para la literatura y para el caudillo, su epilepsia, así como cierta torpeza como combatiente (nada más entrar fue arrestado por los republicanos y acusado de espionaje) no le dejaron llegar muy lejos. Pero en realidad el idilio de Lee con España había comenzado unos años antes, concretamente en 1933, año en que conoció a una señora llamada Sophie Rogers, que se había mudado a Slad desde Buenos Aires, que ya es mudarse. Dos años después de ese encuentro, Lee partía hacia Vigo y, al poco, tras atravesar una España al borde del precipicio, llegaba desde allí hasta la bella Almuñécar. En sus obras As I walked out one midsummer morning (1969) y A moment of war (1991), que completan la trilogía autobiográfica, Lee rememoraba las experiencias de aquellos dos viajes a nuestro país. Y todo había empezado, recordó siempre, con el escaso puñado de palabras en español que le había enseñado Sophie.
  
Whiteway Colony, la colonia tolstoyana de Stroud 

Y tan interesantes como la relación de Lee con nuestro país son los vínculos, más o menos tenues, más o menos fuertes, que lo unen con escritores universales o con rinconcillos cotswoldianos.
En 1931, Lee se fue a vivir a la Whiteway Colony, de nuevo cerca de Stroud (si cuando digo que las Cotswold son un tesoro...), una colonia tolstoyana fundada por un cuáquero. La comunidad de los cuáqueros, que nació en Inglaterra, si bien ha tenido siempre un carácter claramente minoritario, parece gozar de una  relativa buena salud en este rincón del mundo. El que escribe ha visitado su congregación en Nailsworth y ha apuntado en su lista de lugares por conocer esta antigua colonia tolstoyana, que todavía hoy intenta regirse por principios anarquistas un poco pasados por agua. Parece ser, no obstante, que el espíritu tolstoyano del lugar estaba desde el principio un tanto desvirtuado, y así lo confirmó el mismísimo Mahatma Gandhi en su visita de 1909.

De excursión con la charabanc

Sidra con Rosie está estructurada alrededor de diferentes aspectos y motivos de la infancia y adolescencia del autor. Los títulos de algunos de ellos son "Primera luz", "Primeros nombres", "La escuela del pueblo", "La cocina", "Los tíos" o "Madre". Esta estructura deja de lado la cronología, lo que permite a Lee saltar, por ejemplo, a los últimos años de la vida de su madre y, dos episodios más tarde, volver al momento en que ésta salvaba de la muerte a su pequeño Laurie cuando ya lo estaban velando. Estos saltos adelante y atrás son continuos, y subrayan el interés de Lee no tanto por describirnos su desarrollo como poeta ni su camino a la edad adulta, sino por hablarnos de una época que se acaba, de un mundo que languidece, de un ánimo en estado de asombro perpetuo.

Lee, ante la casa donde creció

Todos los episodios son inolvidables, pero es difícil no destacar "Muerte pública, asesinato privado", cuyo título, sí, parece desentonar un poco del resto, y, sobre todo, "Primer mordisco a la manzana", de carácter también bastante explícito. La grandeza de este libro bellísimo reside tanto en su lenguaje poético como en su irresistible tono de nostalgia. La atracción que sigue ejerciendo en miles de lectores no se debe a las hermosas descripciones de Slad, ni a los magistrales retratos de los personajes, sino, sobre todo, al sabor de la infancia perdida treinta años antes y recuperada ahora en sus páginas. Y uno que no ha leído a Proust se pregunta si eran necesarios los siete volúmenes del francés machacando la madalena, cuando Lee, en tan sólo doscientas páginas, nos hace revivir nuestros primeros dieciocho años de vida de manera tan vívida que, al cerrar el libro, el lector se sorprende del vello en sus brazos.

Las primeras páginas de Sidra con Rosie, en la voz de Kenneth Brannagh

No hay en esta botella de sidra idealización alguna de la infancia. Al igual que en tantos otros lugares del mundo, en las Cotswold un niño vivía al lado de la muerte, que es como ese vecino plasta que se presenta cuando menos te lo esperas, pero qué le vas a hacer, tampoco lo vas a echar. Uno podía morirse, uno podía matarse, a un aventurero enriquecido podían matarlo por fanfarrón y a un niño podía comérselo un cerdo. Como suele ser habitual, para que alguien escriba unas hermosas páginas en las que convierte la violencia en belleza, alguien antes tiene que haber pagado el pato. La literatura es cruel.
Los dos episodios que he destacado anteriormente han hecho que en alguna ocasión se levante más de una biempensante ceja, al considerar que los acontecimientos descritos en Sidra... no son apropiados para la juventud, que, como ya he dicho, estudia esta obra en la escuela. Como casi todas las cejas biempensantes, creo que se equivocan, pero es cierto que uno de los dos episodios nos conduce hacia un desenlace que se insinúa brutal y muy desagradable.
  

La historia que nos cuenta Sidra con Rosie nos la han contado antes muchos autores, pero pocos tan bien como Lee. Es difícil alcanzar tan gran poder de evocación con una escritura tan contenida e incluso discreta. Da la impresión de que Lee, quien, aunque la historia de la literatura lo niegue, ante todo se consideraba poeta, sabe que lo que la palabra precisa te da, te lo puede quitar un inoportuno signo de exclamación. No hay retórica, pues, en esta sidra. No hay lamento. No hay tono elegíaco por aquella vida, tantos años oculta en el valle, que despertó el día que estalló la guerra y volvió a acostarse al día siguiente, cuando sus hombres, entre ellos el padre del autor, hubieron partido a luchar. Las cosas tenían que ser así, porque así habían sido siempre.

Sin embargo, a ese sueño ya interrumpido le quedaban de hecho pocos años. Como sabemos, el mundo moderno nace cuando muere la Primera Guerra Mundial. También así en Slad, donde apenas hubo todavía tiempo para que el squire invitara a todo el pueblo a un banquete de celebración del Día de la Paz. Poco después, las hermanas de Lee encontraban marido, el autobús empezaba a acortar las distancias, el squire demostraba que también era mortal, y los pocos viejos que quedaban decidían seguirlo. Y así:

We began to shrug off the valley and look more to the world, where pleasures were more anonymous and tasty. They were coming fast, and we were ready for them.

(Empezamos a sacudirnos de encima el valle y a mirar más hacia el mundo, donde los placeres eran más anónimos y sabrosos. Se acercaban rápido, y todos estábamos listos para ellos.)


Nota: la elección del título de esta entrada ha sido una decisión muy dura. A lo largo de mi vida, he tenido más de una discusión con amigos míos, traductores reputados, diplomados y masterizados, que se empeñaban en que para "escanciar" es menester que haya un metro y medio de distancia entre botella y recipiente, o séase, que sólo se escancia la sidra y nada más. Me costó lo mío sacarlos de su error, y convencerles de que cuando se preparan el desayuno, escancian leche en un cuenco. Es más, sospecho que para sus adentros no acaban de reconocer su error. Por ello, no dejo de tener remordimientos de conciencia, cuando pienso que al relacionar el "escanciando" del título con la sidra del libro estoy contribuyendo a perpetuar el error de mis amigos y de tanta otra gente. No obstante, la imagen me ha parecido poética y en consonancia con el espíritu del libro, así que al final he decidido no dejarme influir por las posibles interpretaciones erróneas del verbo, y arrostrar las espantosas pesadillas que, a buen seguro, van a atormentar mi sueño.
Y tras esta nota tan pedante, me voy a escanciar un café.


  

14 comentarios:

  1. ¡Lo compro! Tanto el libro como el viaje a las Cotswold, para el viaje tendré que ahorrar un poco más... pero mañana mismo me acerco a la librería de Malasaña donde a veces encuentro libros en inglés a precio moderado (bendita segunda mano).

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    1. Pues espero que tengas suerte. Si no, en amazon encontrarás varios a buen precio. Pero te advierto de que, después de leerlo, el viaje a las Cotswold será impepinable.
      Un saludo

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  2. Por el tipo de libro que nos explicas que es y precediendole tal fama en su país, ciertamente sorprende que no haya llegado al mercado español.
    Creo que en un libro de recuerdos y paisajes de la historia corre el peligro de no ser más que una sucesión de hechos más o menos bien hilvanados, si no se encuentra el tono adecuado que lo haga intemporal y universal. La poesía y la fantasía, más que la nostalgia pueden ayudar y parece ser, según nos haces saber, que este libro de Lee contiene esa magia.
    Un abrazo.

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    1. Lo cierto es que sí llegó al mercado español. Lo publicó edhasa hace unos años, pero pasó sin pena ni gloria y hoy, si no me equivoco, está descatalogado.
      El libro, como digo en la entrada, es todo un clásico en Inglaterra, y ha enamorado ya a varias generaciones, y eso se consigue, como muy bien señalas, gracias al estilo poético y a eso tan difícil de definir -podemos llamarlo magia-, y que comparte con, por ejemplo, El Gran Meaulnes.
      No me cabe duda de que, tarde o temprano, alguna editorial se dará cuenta del pecado que supone tener este libro descatalogado y lo reeditará.
      Un abrazo.

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    2. ¿Impedimenta? Yo lo veo en su línea, podríamos hacer una campaña...

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  3. Parece que soy de los pocos lectores que conoce este libro (gracias por la foto del autor, no me lo imaginaba así.... Estoy contigo en que es una lectura deliciosa, llena de nostalgia, pero sin ser almibarada. Habrá que recomendarlo calurosamente a algún amigo editor, a ver si hay suerte y alguien se anima a reeditarlo. ¡Y los dibujos, como el que incluyes en el post, también eran estupendos!

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    1. Os respondo a las dos, Elena y Sonia.
      Pues sí, yo creo que si hacemos campaña y lo recomendamos, algún editor avispado recuperará esta obra. Todos los lectores se lo agradecerán.
      Yo también lo veo en la línea de Impedimenta, o quizá de Libros del Asteroide. Eso sí, si lo publican, espero que incluyan también los dibujos.
      Saludos a las dos.

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  4. Tiene una pinta estupenda esta "Cider with Rosie" que nos presentas. Hace tiempo leí por recomendación de Óscar, de "Strange library", otro clásico inglés tan popular allí como desconocido aquí: "Capture the castle", que me gustó tanto, que ya lo he regalado un par de veces. El caso es que resulta algo triste ese desconocimiento de obras de tanto mérito, tan sugerentes, frescas y en las antípodas de toda pedantería. Aunque, claro, aún resulta más penoso el olvido para los ingleses y norteamericanos, en general, de toda nuestra literatura, excepción hecha de Lorca, García Márquez, Borges y poco más, ¿no?
    Un saludo

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    1. Pues yo también desconocía ese "I capture the castle", se me debió de pasar esa entrada de Óscar.
      Y en cuanto al penoso olvido para toda anglosajonia de la literatura en español, ese desconocimiento es, de hecho, aún mayor. Ni en español, ni en alemán, ni en francés: los ingleses sólo leen literatura escrita en inglés, y sólo de Gran Bretaña o los EEUU. En las listas de más vendidos en el Reino Unido, no recuerdo haber visto jamás un libro traducido. De vez en cuando se puede colar algún indio o africano (escribiendo en inglés, por supuesto), pero siempre será alguien afincado desde años en las islas. Y como yo considero esa actitud un síntoma de estrechez de miras, que se extiende mucho más allá de la literatura, creo que en eso tienen algo que aprender de nosotros.
      Saludos.

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    2. Añado un dato que redunda en lo dicho. Durante los últimos ciento y pico años, los dos únicos bestsellers en los EEUU escritos originariamente en español han sido -pásmate- "Los cuatro jinetes del Apocalipsis", de Blasco Ibáñez, y "Como agua para chocolate", de Laura Esquivel. Compárese eso ahora con la lista de los más vendidos de cualquier mes de este año.

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    3. No sé con cuál de los dos pasmarme más. O quizá con las ausencias: Isabel Allende, Ruiz Zafón...

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  5. Desconocido para mi, totalmente, pero que buena pinta tiene, sobre todo cuando dices que a un niño se lo puede comer un cerdo (cuando era muy muy cría me fui a unas colonias a una masia donde había unos cerdos *enormes* que me dieron un miedo atroz... me creo que esos eran de los que se comían a niños)...
    Y qué portada tan fantástica!

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    1. Lo del cerdo se menciona muy de pasada, pero me llamó la atención, porque me recordó a Pascual Duarte.
      La portada es preciosa, como el resto de ilustraciones, del mismo artista.

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