jueves, 13 de enero de 2011

La Noche, de Elie Wiesel


Plantea Elie Wiesel en el prefacio una pregunta que se hicieron personas del mundo de las letras como Primo Levi,  Celan, o Adorno, una pregunta tan simple como ineludible: ¿cómo describir el horror de Auschwitz? Y la respuesta que nos da tampoco es nueva: no se puede.

En el fondo de sí mismo, el testigo sabía, y todavía lo sabe a veces, que su testimonio no será recibido. Sólo los que han conocido Auschwitz saben lo que era. Los otros no lo sabrán nunca (mi traducción del catalán).

Con esta premisa, Elie Wiesel sitúa su obra en un plano literario totalmente diferente. Para empezar, asume el papel de "testigo" y no el de "artista". Y rechaza frontalmente cualquier intento, por su parte o por parte de sus editores, de crear una obra bella. La búsqueda del arte, viene a decirnos el autor, banalizaría el horror:

...tenía miedo de que hubiese demasiadas cosas superfluas. Sólo contaba la esencia. Rechazaba la abundancia. Contar demasiado me aterrorizaba más que contar poca cosa. Vaciar el fondo de la memoria no es más que dejar que se desborde.


La cuestión es interesante. Pero ¿tiene razón Wiesel? Es bien cierto que uno no juzga El Diario de Anna Frank por sus méritos literarios. Nadie los niega, pero nos engañaríamos si pensáramos que el testimonio no ha pesado más que el valor artístico al convertir dicha obra en un clásico. Yendo un poco más lejos, sabemos que hay escritores que sin duda rechazarían de plano la idea de que estas obras son literatura. Nabokov, por ejemplo, consideraba que el mayor mérito literario de Solzhenitsin era haber pasado por un gulag.


¿Tenemos, pues, dos modelos de literatura? ¿O sólo uno de ellos es verdadera literatura mientras que el otro es un mero testimonio? ¿Debe el testigo del horror esforzarse por elevar su testimonio a la categoría de arte?
La Noche describe un tipo de horror absolutamente inconcebible para el ser humano, no sólo por los hechos narrados, sino también, y sobre todo, porque el narrador fue su testigo. Como decía en mi reseña de Shoa, el horror no ha sido mediatizado todavía y nos llega "de primera mano". Lo que hace que los negacionistas del holocausto nos parezcan seres monstruosos no es tanto la negación como el hecho de que sigue habiendo víctimas del holocausto entre nosotros. Tras leer cómo Wiesel describe su horror,

Sí, lo había visto, lo había visto con mis propios ojos, unas criaturas vivas entre las llamas...

y su negativa a creer

Me pellizqué la cara. ¿Seguía vivo? ¿Estaba despierto? No me lo podía creer. ¿Cómo era posible que quemasen hombres y ninños y que el mundo callase? No, todo aquello no podía ser verdad. Era una pesadilla. Pronto me despertaría sobresaltado, con el corazón latiéndome a toda prisa, y volvería a encontrar mi cuarto de niño, mis libros...


la negación de la realidad que Wiesel y tantos otros vivieron nos convertiría en partícipes del holocausto.
Sin embargo, estas consideraciones todavía están lejos de contestar las cuestiones planteadas más arriba. ¿Hay quizá que entrar en las viejas y a menudo soporíferas disquisiciones sobre qué es la literatura y cuál debe ser su función? Baste decir que una de las funciones de la literatura es retratar el alma humana. Si estamos de acuerdo en eso, podemos pasar a discutir si La Noche o El Diario de Anna Frank nos ofrecen un retrato convincente de esa alma (or the lack thereof). En mi opinión, no cabe ninguna duda de que es así.
La mejor respuesta, no obstante, nos la dan los rusos. Pese al esnobismo de mi más que admirado Nabokov, Solzhenitsin sí escribió grandísimas novelas sobre el horror del gulag. Pero para mí, una de las cimas de esta literatura del horror es, sin lugar a dudas, Relatos de Kolimá, de Varlam Shalamov. El infierno en la tierra también se puede convertir en arte, sí, en este caso, en algunos de los mejores relatos del siglo XX.
Y a modo de conclusión: La Noche es el primero de una trilogía, la llamada Trilogía de la Noche. Buena literatura, y estremecedor e inolvidable testimonio. La segunda y tercera parte, El Alba y El Día, son obras de ficción. Quizá las lea algún día.

6 comentarios:

  1. Pues no se que decirte, Batboy, "El alba" y "El dia" desmerecen (en mi opinión) bastante de esta obra, que me resultó estremecedora. Precisamente por ser de ficción, se escapa a través de su cedazo esa intransmisibilidad de la experiencia y se parecen más a muchas otras obras. No son malas, pero no juegan en la misma división.

    Es una gran obra, con escenas que tardaré en olvidar. Realmente lo que esperaría es no ser capaz de olvidarlas.

    Por cierto, comparto religiosa devoción por Nabokov y (un poquito menos, pero mucho) por Solzhenitsin.

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  3. Es lo que me imaginaba. El testimonio de La Noche es impresionante, pero sospecho, como dices, que en ficción Wiesel no estaría a la altura. Para ficción sobre el holocausto, creo que no hay nadie como Isaac Bashevis Singer, en concreto Sombras sobre el Hudson. Se trata de uno de esos libros que me compré después de haberlo leído para así tenerlo en casa. Con eso está dicho todo (yo soy contumaz bibliotequero, y desde hace años, mal comprador).
    Celebro nuestra coincidencia sobre Nabokov y Solzhenitsin, y no puedo dejar de insistir en Shalamov.

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  4. Tu insistencia no caerá en saco roto....

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  5. Recojo las dos referencias, Wiesel y Shalamov, porque no he leido nada de ellos.
    Con referencia a Testimonio y Literatura, me resulta curioso que tanto Oscar como tú esteis de acuerdo en que Noche es impresionante, siendo testimonio, y Alba y Día no lo son tanto a pesar de ser ficción. Eso me lleva a pensar que un testimonio puede resultar literariamente válido si consigue sacudir el alma humana, que es en definitiva, supongo, lo que persigue la literatura. Un testimonio bien escrito, que no quiere decir adornado, sino demoledor, entrañable o que refleje el horror en toda su crudeza, puede elevarse a la categoría de arte. No creo que el arte banalice el horror. El horror, la belleza, la vida, la muerte...Todo forma parte de la naturaleza humana. Soah no es bella, pero es arte, porque te sacude la conciencia con la misma intensidad que una sinfonía de Mahler, por ejemplo.

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  6. Es una cuestión muy interesante. Estoy de acuerdo contigo en que un testimonio puede elevarse a la categoría de arte, y creo que no faltan ejemplos. Pero su mayor virtud, o , si lo prefieres, su razón de ser, siempre será su calidad de testimonio. Es decir, nos puede parecer que El diario de Ana Frank es una obra conmovedora, con destellos de genialidad, y esencial en la historia del siglo XX. Pero, si se descubriera que fue escrita por otra persona que no murió en los campos, esa misma obra perdería todo su valor.

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