lunes, 7 de marzo de 2016

De envidia y panderetas


Dicen que la envidia es nuestro pecado nacional. Yo dudo que dicho pecado sea patrimonio exclusivo de nuestro país, pero sí creo que los españoles manifestamos nuestra envidia de una manera muy sui generis. Un español que se abre camino hacia el éxito es admirado, pero cuando lo alcanza, sobre todo si ese éxito cruza los Pirineos, es denigrado, en primer lugar, por un pueblo que no tolera que nadie, a base de esfuerzo, consiga salir de la mediocridad; y en segundo lugar, por una prensa que necesita de esas figuras para advertirnos de los peligros de desmarcarse del rebaño.
No sé si el caso de Joselito es mera envidia, o es más bien lo que viene después, que es ese descanso aliviado que se toma la envidia cuando el ídolo se ha hundido en el olvido y se ha arruinado por completo. Y no lo sé porque, al igual que casi todos vosotros, no viví la caída de Joselito, cuyo nombre oí por primera vez de labios de mi abuela, quien un día me dijo con gran emoción "hoy dan en la tele una película de Joselito, un niño que canta como los ángeles". Cantaba, debería haber dicho, porque por aquel entonces la voz angelical había abandonado a nuestro héroe, que desde hacía ya unos años era un juguete roto.


En cualquier otro país, la vida de José Jiménez Fernández, en lugar de servir de carnaza para el siniestro pimpampum al ídolo caído, hace tiempo que habría sido recuperada por algún escritor o cineasta que, con un poquito de talento, hubiera podido hacer de ella lo que es: una historia conmovedora, indignante, universal y, sin embargo, increíble. ¿No es acaso increíble que ese niño nacido en una humildísima familia jienense llegara a convertirse en un fenómeno mundial? ¿Que fuera invitado por el presidente de los Estados a visitarlo en su rancho? ¿Que viviera en directo la revolución cubana y que, en el transcurso de aquel acontecimiento histórico, pasara dos meses junto al Che y Fidel Castro? ¿Que llegara a compartir mesa con Frank Sinatra? Un personaje así es el sueño de todo creador, y no cuesta imaginar lo que Philip Roth o Norman Mailer hubieran podido hacer con él.
Pero en España, tristemente, en demasiadas ocasiones preferimos aliviar nuestras miserias mofándonos de la desgracia ajena y solazándonos con su ridículo, cuando en realidad estamos proyectando en él nuestros miedos y complejos. Celebramos la caída del ruiseñor porque quién le manda traficar con drogas. Y así, tranquilizados por sentirnos superiores a quien lo tuvo todo, nos podemos entregar a lo que de verdad nos gusta. Nos reímos de Joselito porque, decimos, representa esa España franquista de pandereta y chorizo, pese a que, por increíble que parezca, y a diferencia de tantos artistas hoy respetados, nuestro héroe no actuó jamás para el caudillo ni se hizo una sola foto con él. Lo despreciamos porque sus películas son atroces, que lo son, probablemente, pero no más que las de Elvis. ¿Quién es el cateto, pues?

Siempre se ha rumoreado, aunque el propio Joselito lo niega, que los buitres que se apoderaron de la figura del pequeño ruiseñor y, sobre todo, de los beneficios que éste producía, intentaron a toda costa alargar esa infancia tan rentable. En todo caso, cuando las hormonas de la adolescencia se acabaron de adueñar del cuerpecito malnutrido de nuestro héroe, Joselito dejó de tener ningún valor comercial. Entre todos lo abandonaron y el solito se esfumó.


Pues bien, al final no ha sido Philip Roth, sino un ilustrador y dibujante de tebeos (como él mismo se define) español el que ha recuperado la figura legendaria de Joselito para dignificarla, quitarle de encima las varias capas de caspa que los españoles le hemos echado encima y, de paso, crear una excelente, entretenidísima y, más que original, revolucionaria novela gráfica que (ya puestos, por qué no echar mano del tópico) hará las delicias de los amantes del género.


Supermán Joselito en audiencia con Juan XXIII

José Pablo García ha decidido contarnos la vida de Joselito a través de un repaso a toda la historia de la novela gráfica. Y es que, como podéis ver en las ilustraciones, esta obra destaca por la enorme variedad de registros y estilos en su trazo y composición. Aquí están las historietas de Bruguera, está el manga, está Tintín, está El Corto Maltés, está Jack Kirby, están Roberto Alcázar y Pedrín, está David Mazzucchelli, están las estampas conocidas como aleluyas (yo también ignoraba este nombre, pese a que uno las reconoce al instante), y así, aseguran quienes las han contado, hasta cuarenta referencias a diferentes estilos y autores. Dice García que esta variedad de registros era la mejor forma de narrar la vida de alguien tan camaleónico como Joselito, que de querubín pasó, según la poco contrastada información de un prestigioso periodista, a mercenario, de mercenario a traficante de drogas, y de camello a efímera estrella resucitada en uno de tantos lamentables realities con los que nos gusta idiotizarnos.


La vida de Joselito, aunque a algunos no les guste admitirlo, forma parte de nuestra historia, y su figura, la de un chico humilde al que el éxito devoró, no por vieja y conocida deja de ser relevante. Con Las aventuras de Joselito, José Pablo García nos ha contado esta historia arquetípica de un modo absolutamente nuevo, pero no es eso, en mi opinión, lo más importante, sino, cómo ha conseguido, por medio del arte, devolver a Joselito la dignidad que le negamos. Respeto.

 Y cómo cantaba el jodío

4 comentarios:

  1. Acabo de leerlo: genial el despliegue de recursos narrativos.

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    1. En efecto, es un libro genial, y es una pena que no llegue a más gente. Imagína qué pasaría si lo llega a escribir un autor americano.

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  2. Hola:
    Muy buena reseña para un gran cómic, tebeo o como quieran llamarlo, que cuenta una gran historia, como bien dices.

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