lunes, 13 de octubre de 2014

Una nueva vieja historia


Chico que se rebela contra las ataduras de una sociedad falsa y materialista. Hombre que desciende a los infiernos y regenera su alma. Anciano que regresa al paisaje de su infancia. En la literatura existen lo que podría denominarse argumentos tipo, algo parecido a lo que nos descubrió Propp al categorizar el cuento tradicional en una serie de esquemas. El lector siempre se encuentra cómodo en estas historias, pues pisa terreno conocido. Ese tipo de historias pocas veces precisan de un alarde de innovación y originalidad, y su mérito consiste en contarnos una vieja historia de manera que nos reconozcamos en ella.  Leer una entrega nueva de estas historias eternas sería, para entendernos, algo así como comer gazpacho, una buena paella y de postre, una rodaja de sandía, con el ruido del mar de fondo.

Quizá ha llegado el momento de añadir uno más a la lista de viejos y conocidos argumentos: hombre de mediana edad viaja a través del tiempo y regresa a su infancia o adolescencia. Ése es el argumento de la estupenda Barrio lejano, tan parecida a Inolvidable (olvidable traducción de Too cool to be forgotten), otra novela gráfica que reseñé en los primeros tiempos de este blog.
En ambas historias, así como en otras parecidas que se han hecho en el cine, el protagonista, sin que sepamos ni nos importe el cómo ni el porqué, viaja a los años de su adolescencia. Una vez superada la lógica incredulidad y el asombro inicial que siente el viajero, es evidente que éste es en todo momento consciente de lo que ha pasado y revive su juventud con sus recuerdos y conocimiento de adulto intactos. Si no, ya ves tú la gracia.

En la novela que nos ocupa, Hiroshi, un hombre de negocios que vive para su trabajo y desatiende a su familia, una mañana se equivoca al tomar el tren y se sorprende camino de su pueblo natal. Al principio achaca el error a la resaca que tiene tras una noche de cogorza. Sin embargo, al mismo tiempo no deja de tener la sensación de que algo lo empuja hacia allí. Una vez en su pueblo natal, se dirige al cementerio donde está enterrada su madre, fallecida más de veinte años atrás. Y allí es donde, mariposa por medio, se obra el prodigio.

Algunas reseñas relacionan la mariposa que aparece en ese y en otro momento clave de la historia con la teoría del caos. A mí me parece que eso no es más que un innecesario intento, por parte de algunos lectores, de dar más profundidad a la historia. Y es que, así como hoy la novela gráfica ya no tiene que pedir perdón a nadie, dentro de ésta, el género del manga todavía es visto por algunos con cierto recelo.


Naturalmente, ese viaje que realizan Hiroshi, en esta novela, y Andy en Inolvidable, es un  viaje que, de un modo algo menos espectacular, realizamos todos nosotros en cierto momento de nuestra vida. Ese momento suele ser a partir de los cuarenta, cuando nuestros hijos empiezan a crecer y nuestros padres empiezan a dejarnos. Por una parte, ese estado en el que hemos vivido tanto tiempo, en el que nos sentíamos protegidos de la muerte por nuestros padres, empieza a tambalearse, y por otra, el descubrimiento de que aquellos rasgos suyos -los que nos irritaban y los que nos confortaban- se repiten en nosotros no puede sino turbarnos. Es entonces, cuando más lejos se encuentran, cuando nos sentimos más cerca que nunca de ellos, y sentimos la necesidad, quizá, de saldar cuentas, hacer preguntas, en fin, todas esas cosas para las que, en cualquier caso, ya es demasiado tarde.

En el mundo de la ficción lo tienen fácil. Al igual que en Inolvidable, Hiroshi tiene un par de cosas que decirle a su padre. Éste abandonó a la familia y destrozó la vida de su madre, y el momento del pasado al que regresa nuestro protagonista es tan sólo unos meses antes de aquel abandono que destrozó a la familia. Mientras Andy, en su viaje al pasado se proponía rechazar aquel primer cigarrillo que lo condenó a ser un fumador empedernido, Hiroshi intentará evitar la huida de su padre. Huelga decir que ambos objetivos son poco más que una excusa para hacer una reflexión sobre la vida, la familia, y sobre si el hombre labra o no su propio destino. Y lo cierto es que, sin grandes alaracas ni pomposas pretensiones, Taniguchi consigue una obra redonda.


Jiro Taniguchi es un reconocido maestro del manga, y aunque a servidor esa palabra, manga, le produce cierta aversión (esas portadas con niñas en minifalda y con ojos más grandes que la cara), pienso seguir con este autor que me ha conquistado.

Y como la entrada se me queda un poquito corta, aprovecho para meter, sin que nadie lo note, cuatro líneas sobre otro par de estupendas novelas gráficas leídas estos días. 


Baru es el pseudónimo del autor francés Hervé Barulea, y Los años Sputnik , un emotivo y entretenido retrato de la infancia en un barrio obrero del norte de Francia. A través de los ojos de Igor, el lector asiste a las brutales peleas entre bandas, al conflicto entre inmigrantes de diversos orígenes, al asco del primer beso y, sobre todo, a los problemas sociales y políticos de la época en una ciudad fea, pobre y donde apenas si llegaba el eco del eco del gran éxito soviético en la carrera espacial.

Uno de los muchos aciertos de Baru es el reconocimiento implícito, al fin, de que, a diferencia de la de nuestros abuelos, la infancia de mi generación no tuvo hitos, ni estuvo marcada por un momento antes y un momento después. No fuimos Jim Hawkins ni Huckleberry Finn. Jamás nos enfrentamos con la muerte, y no perdimos a nuestro padre en circunstancias violentas. Las dictaduras que caían a nuestro alrededor, así como los golpes de estado que intentaban traerlas de nuevo, pasaban a nuestro lado apenas rozándonos. Pasara lo que pasara, la vida seguía rigiéndose por el partido de fútbol con los amigos del barrio, y lo único que podía marcarnos de por vida era fallar un penalti. Así también con los protagonistas de Los años sputnik, donde sólo como lectores adultos podemos comprender las miserias y las pequeñas glorias de ese cura, ese profesor, ese miembro del soviet supremo, o ese revolucionario experto en explosivos.


Adultos. Ésa es la palabra que utilizan mis hijos para hablar de lo que, en mis tiempos, eran "los mayores". Desconozco si se trata de una decisión política(mente correcta) por parte de sus maestros, o una simple moda. A mí me suena fatal, casi pornográfico, pero es que yo soy un pervertido. Sea como sea, el caso es que hay adultos mayores para los que el mundo parece seguir circunscrito a las calles de su barrio. Tal parece ser el caso del protagonista de El caminante, otra novela gráfica de este señor Taniguchi que cada vez me gusta más, y que ha mandado a paseo todos mis prejuicios sobre el manga. No sabría muy bien decir en qué consistían dichos prejuicios, pero os aseguro que estaban muy lejos de esto:

El caminante nos podría recordar a alguna película de Takeshi Kitano a la que le hubieran quitado nudo y desenlace. Y esto no es ninguna crítica, porque las películas de Kitano, con esas bellísimas escenas iniciales, en las que parece que no pasa nada más que la vida, me han proporcionado algunas de mis mejores experiencias cinematográficas.

El dibujo de esta novela, como el de Barrio lejano, es limpio (Los años sputnik tienen un dibujo más bien sucio), exquisitamente detallado, realista, con gran cantidad de calles, caminos y vistas de la ciudad en perspectiva. Del protagonista no sabemos nombre ni profesión, y tampoco qué relación tiene con la joven mujer con la que vive. De él sólo sabemos que es un hombre lleno de curiosidad, mucho tiempo libre, y una incontenible afición por dar paseos. Así que pasea, descubre el placer de observar los pájaros, encuentra y adopta un perro, se cuela en una piscina, ayuda a una viejecita (o señora muy adulta) a llegar a su casa, y se demora caminando bajo un aguacero, entre otros episodios no por aparentemente triviales menos placenteros.

Porque, como con el buen cine japonés, nos hay que confundir la sencillez argumental con la trivialidad. Los episodios de El caminante son cualquier cosa menos triviales. ¿Qué decir del episodio "Colchón de flores de cerezo", donde aparece una misteriosa mujer -si fuera más jovencita, parecería sacada de una novela Murakami- que le cuenta al protagonista su relación con el cerezo? ¿Y de la relación que se establece entre éste y el otro paseante en "El camino largo"? En este episodio, donde no hay más diálogo que el de los zapatos, los trenes y el ruido del bastón, el protagonista camina tras un anciano, al que intenta adelantar en un par de ocasiones. Y parece que no es más que eso... En "Objeto perdido", por su parte, hay unas estudiantes adolescentes, unas corredoras, y unas niñas pequeñas, y una de las primeras se ha dejado el lápiz de labios en un banco del parque. Y así, un episodio tras otro. No, nuestra infancia no estuvo marcada por la trivialidad. Los niños de Los años sputnik viven sus insignificantes hitos como si fuera el último día de sus vidas. Y también así algunos mayores, como el protagonista de El caminante.

Todos los episodios, con bellísimas y estudiadas composiciones, son, pues, poco más que viñetas de vida que el lector puede querer completar, buscarles un profundo mensaje, o recrearse en su insignificancia. Si una lectura que apenas llega a una hora podría correr el riesgo de ser efímera, El caminante será efímera como lo pueden ser los grandes placeres de la vida. Efímeros, sí, pero qué gustito mientras duran.

No todo es zen. Perdiendo el resuello por ver el amanecer.

12 comentarios:

  1. Me ha encantado la entrada, tan interesante es lo que dices como sobre qué lo dices. No conocía algunos de los títulos aunque llevo tiempo con Taniguchi en el punto de mira. Has logrado que apriete el gatillo, a ver por cuál empiezo.

    Un saludo y felicidades por el blog.

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    1. Muchas gracias, Jose.
      Yo no conocía ninguno de los tres, pero me encanta aventurarme por las bibliotecas públicas. Lánzate de lleno a por cualquiera de éstas dos de Taniguchi, y muchas más que recomiendan por ahí. Yo me estoy frotando las manos con el descubrimiento.
      Un saludo.

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  2. Pues yo también desconocía a este Taniguchi (mis prejuicios sobre el manga me temo que superan incluso a los tuyos), pero después de esta reseña y de ver esos delicados dibujos, creo que me lo voy a pensar...

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    1. El de Barrio lejano me ha encantado, pero El caminante, cada vez que pienso en él, más me fascina. Estoy seguro de que te encantará.

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  3. Taniguchi es un maestro. 'El caminante' es el cómic más sensual que he leído nunca. Te recomiendo que sigas con 'El olmo del Cáucaso'. El guion no es suyo sino de un escritor japonés llamado Ryuichiro Utsumi, pero el resultado es una maravilla. Ocho historias a cuál más conmovedora.

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    1. Pues lo cierto es que me propuse escribir la entrada sobre Barrio lejano, y los otros dos libros venían de relleno. Pero, como le decía a Elena, cuanto más pienso en El caminante y más vuelvo a hojearlo, más me cautiva.
      Muchas gracias por la recomendación.

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  4. ¡Qué entrada tan magnífica! Precisamente estaba buscando titulos de novela gráfica para leer fuera de lo que suelo leer normalmente y he encontrado tu entrada con estos títulos, con este autor. Investigaré más por l blog a ver qué encuentro. Un abrazo.

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    1. Gracias, Yossi.
      Cualquiera de estos tres títulos son más que recomendables. Espero que los disfrutes.
      Un abrazo.

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  5. Qué obra tan estupenda la de Baru. Hemos coincidido en su lectura -la acabé la semana pasada- y en su valoración. No sé si en la contraportada o en una faja he leído que es un cómic escrito sin nostalgia, pero no es cierto; hay mucho de sensación de pérdida en esas páginas, pero no hay almíbar, sino un equilibrio extraño entre distancia narrativa y ternura que hace gratísima esa historia de iniciación.
    Un saludo.

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    1. Almíbar, desde luego, no hay. Pero yo tampoco diría que está escrito sin nostalgia: fútbol y peleas, ¡cómo no va a haber nostalgia!
      Saludos.

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  6. acabo de descubrir a Taniguchi. Hoy he terminado Un zoo lejano y El caminante y oh sorpresa! me lo encuentro en tu blog. Me siento hermanado en la comunidad de vampiros lectores.
    Gracias!

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    1. Me alegro, Maria Jose. Yo estoy al acecho de todo Taniguchi que me encuentre por la biblioteca.
      Un saludo.

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