domingo, 1 de agosto de 2010

Algunas novelas gráficas

En esta deprimente historia, David Sánchez mezcla la pederastia, el Ku Klux Klan, crímenes rituales, la búsqueda de Dios, y la teratofilia, entre otros. Se trata de una historia aparentemente circular, aunque más bien habría que calificarla de espiral, donde el horror se intensifica si cabe con cada nueva vuelta. El estilo de las ilustraciones recuerda mucho al Daniel Clowes de Ice Haven, mientras que la historia es deudora de David Lynch. 
"Usted está aquí;  Dios está aquí", dice el folleto que reparten dos siniestros portadores de la palabra, que cada noche, antes de acostarse, se quitan los ojos y los ponen en un vaso. Esa búsqueda de Dios es paralela a la otra historia principal, el ineludible sentimiento de culpa, el peso de la conciencia que no nos abandona, y que nos lleva al infierno en la tierra, y da con nuestras gónadas en otro vasito.
Horror de calidad.

The League of Extraordinary Gentlemen, de Alan Moore y con los dibujos de Kevin O'Neill, es entretenimiento en estado puro.
Es otrs historia de superhéroes, pero, a diferencia de Watchmen, donde nos encontrábamos en un mundo que no sólo estaba acostumbrado a los superhéroes, sino que los había fagocitado como producto de consumo, en The League... asistimos a la creación de la primera banda de superhéroes de la historia. ¿Y quiénes son estos superhéroes? Pues nada más y nada menos que el Capitán Nemo, El Doctor Jekyll (y su inseparable), el Hombre Invisible, Alan Quartermain (de Las minas del Rey Salomón) y Mina Murray (Drácula). La historia sucede, en su mayor parte, en un imaginario Londres a finales del siglo xx, pero también hay episodios en Egipto o París (incluidos los crímenes de la calle Morgue).
Como digo, el libro es entretenimiento puro. El mismo Moore contribuye, con su tono, a una lectura menos pomposa y más escapista. Al fin y al cabo, me quejo de los novelistas que se toman demasiado en serio...

Parecer es mentir, de Dominique Goblet, es un ajuste de cuentas con un episodio doloroso en la vida de la autora. Una vez más, como en los clásicos Blankets, Fun Home: a Family Tragicomic, o La ascensión del gran mal, la novela gráfica se muestra como una terapia familiar muy socorrida. La figura del patriarca autoritario, despótico y violento es al final redimida por el recuerdo y la palabra, mientras que la figura materna, del aura angelical que abre la novela, pasa a revelar su lado más cruel y retorcido.
Goblet realiza unos retratos de trazos infantiles, muy eficaces en la evocación de la infancia, como vimos en Persépolis o en las mencionadas arriba. Destacaría el uso del color, desde el rosa aceitoso del capítulo inicial, pasando por el sepia, el blanco y negro, hasta los preciosos óleos (supongo que son óleos) del final.

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